Un regalo de Sergio Astorga

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Meme del escritorio

El lunes y martes no tuve prácticamente tiempo material de entrar en la blogosfera, apenas unos minutos para contestar los comentarios de esta bitácora. Por eso acabo de enterarme esta mañana (sois tan prolíficos que cada vez me cuesta más ponerme al día con vuestros blogs) de que nuestra nunca bien ponderada Leg me lanzó el domingo por la noche el meme del escritorio, dentro de su espléndido y original post. No llevo mucho tiempo en estas lides blogueras , así que todavía no me fastidian ni los considero una carga; es más, estoy en la etapa en que me hacen gracia y me gusta que se acuerden de mí. Vamos pues a ello.

Mi primer problema ha sido el cómo traer al blog la dichosa pantallita. Pero he consultado los sabios consejos de Animal y de Roberto y después de bajarme una versión gratuita de Photoshop, hete aquí el resultado:




Ésta es la pantalla del ordenador de casa, con el que trabajo habitualmente. La foto lleva mucho tiempo en el escritorio porque me fascina. Vaya por delante que uno de mis pintores favoritos es y será for ever él. Pero además la foto es muy particular porque esto es lo que se encontraron los restauradores del Prado cuando limpiaron La Adoración de los Pastores de El Greco. Ríete tú de Ensor, Munch, los expresionistas alemanes, los movimientos Sturm und Drang, Die Brücke y casi todo lo que se le ponga por delante. Modernidad y vanguardia del XX, pintados en ¡¡¡ 1614 !!! A mí no me extraña en absoluto que Picasso confesara mucha mayor debilidad e influencia del griego que de Velázquez. Para acompañarla, una pieza de la época:








Y esta otra es la pantalla del portátil. Lo uso menos porque se ha quedado antigüillo. Hice la foto a finales de octubre y ya ha aparecido en este blog, pero es lo que me habéis pedido. Después de 50 años de vivir, soportar, sufrir esta mi ciudad, resulta que, ahora que me he prejubilado, he empezado a redescubrirla y estoy viviendo una especie de "amour fou" por ella. ¡Quién me lo iba a decir! Supongo que este enamoramiento viene dado porque ya no sufro los apretones del metro a las 7 de la mañana, ni los atascos, ( uso el transporte público y apenas saco el coche), ni las malas caras de los madrugones ajenos. También supongo que es porque ahora me dedico a pasearla por las mañanas en este otoño espléndido (fenomeno muy raro en Madrid), a revisitar museos olvidados desde hace muchos años, a disfrutar los muchos parques y jardines que tiene...(Matrix tiene mucho más verde de lo que parece)... y siempre con el i-Pod en la oreja. Mi vieja ciudad me parece otra y me reconcilia con ella. Así que, mientras dure el amor, esta foto o alguna otra muy parecida seguirá fija en el escritorio de alguno de los dos ordenadores.
Como acompañamiento, la música de un madrileño de adopción:





Como las reglas no escritas del meme indican que hay que pasar la bola, me toca a mi vez el turno de mandarle la patata caliente a algunos ilustres blogueros. Se lo envío a Bolche, Kabila y Tanhäuser. Allá va pues. Un abrazo a todos.

domingo, 25 de noviembre de 2007

¿Otello?... No, gracias

Porque esto no es una lucha de mujeres contra hombres, sino de hombres y mujeres contra la barbarie y la violencia.
Porque el hecho de que existan Iagos no justifica a ningún Otello.
Porque todos tenemos que arrimar el hombro para que las mujeres dejen de ser asesinadas a manos de sus parejas.
Porque es nuestra responsabilidad educar a nuestros hijos en el respeto al otro y en la no violencia.
Porque tenemos que salir a la calle a gritarlo cuantas veces sea necesario.
Porque no podemos mantenernos al margen del "problema" de nuestras vecinas, hermanas, compañeras.
Porque de nada nos valen los Otellos arrepentidos.
Porque es una sinrazón.
Porque es responsabilidad de todos.

Ponedle todos los "porques" que queráis, necesitéis o se os ocurran.

¡BASTA YA!



Otello

Niun mi tema
se ancor armato mi vede. Ecco la fine del mio
cammin... Oh! Gloria! Otello fu

E tu... come sei pallida! e stanca!, e muta!,
e bella!,
pia creatura nata sotto maligna stella.
Fredda come la casta tua vita, e in cielo assorta.

Desdemona! Desdemona!... Ah! morta!
... morta! ...morta!...

Ho un arma ancor!

Cassio

Ah! Ferma!

Ludovico, Montano

Sciagurato!

Otello

Prima d'ucciderti... sposa ... ti baciai.
Or morendo... nell'ombra in cui mi giacio...
Un bacio... un bacio ancora... ah!...
un altro bacio...

::::::::::::::::::::::::::::

Otello

Que ninguno me tema
aunque aún me vea armado. He llegado al final
de mi camino... ¡Oh, Gloria! Se acabó Otello.

Y tú... ¡qué palida estás!, ¡qué cansada!, ¡qué callada!
¡qué bella!
criatura piadosa nacida bajo una estrella maligna.
Fría como tu casta vida, y ascendida al cielo...

¡Desdémona! ... ¡Desdémona!... ¡muerta!...
¡muerta! ... ¡muerta!...

¡Todavía tengo un arma!

Cassio

¡Detente!

Ludovico, Montano

¡Desgraciado!

Otello

Antes de matarte... esposa... te besé.
Ahora, muriendo.. en medio de la sombra en que me hielo...
Un beso... un beso más... ah! ... otro beso.

martes, 20 de noviembre de 2007

Beethoven

Quitando un comentario de soslayo en la entrada de El gusanillo de lo clásico (1), nunca hasta ahora había hablado en este blog de Beethoven y sin embargo fue, de una manera fulminante además, mi primer gran amor mucho antes de que la edad y las hormonas me hicieran descubrir a los chicos. Excuso decir que a lo largo de mi vida, aquél me ha hecho mucho más caso y se ha ocupado más de mí que éstos, con alguna que otra nobilisíma excepción, porque siempre que he acudido a su música en busca de ayuda, me ha proporcionado consuelo, alegría, serenidad o la energía que en ese momento me faltaba.

Bach fue el gran padre de la música, un compositor excepcional pero, aunque buscaba continuamente nuevas vías para canalizar su creatividad, suele ser catalogado en líneas generales de continuista y tradicional en sus planteamientos. (Sus propios hijos músicos le consideraban reliquia inútil de una época extinta y, con evidente falta de respeto filial, alguno de ellos lo llamaba "el viejo peluca"). Haydn y Mozart son la eclosión del clasicismo, los cambios e innovaciones en las formas sonata y sinfonía. Su música es como un perfecto y delicadisimo encaje en el que nada sobra ni falta. De hecho muchos solistas temen la música mozartiana porque si se equivocan, aunque sea en una nota, no hay forma de disimular el fallo por mucho oficio que se tenga. Mozart no admite trucos. Los dos se influyeron y se alimentaron mutuamente de la música del otro. Innovaron, sí, pero dentro de una evolución natural.

Beethoven, en cambio fue un auténtico revolucionario en el panorama musical. Sistematizó y fijó la sonata. Puso la sinfonía patas arriba para volverla a colocar en su sitio renovada, solemne, profunda, brillante y hasta arrolladora. Definió la estructura moderna y actual de la forma concierto y tantas y tantas formas más. Pero no soy una experta en música; ni siquiera sé solfeo. Cualquier libro mínimamente digno sobre Herr Ludwig os ilustrará mucho mejor que yo acerca de cómo era capaz de alternar la tonalidad, jugar con los tempi en un mismo movimiento; de cómo las óperas de Wagner serían impensables sin las suyas. Haciendo honor al subtítulo de esta bitácora sólo puedo y quiero hablar de las impresiones musicales, sensu stricto, que su música me produce.

Creo que la primera obra que conseguí reconocer, y en parte aprender, en mi vida, fue su Pastoral. Aun antes de ver Fantasía me imaginaba sin dificultad ninguna al escucharla, ríos, pájaros, primavera, tormentas. Una auténtica explosión de sensaciones simultáneas. Una obra capaz de provocar en buena parte de sus oyentes una magnífica e increíble sinestesia. Años más tarde, en 1970, mi padre compró un cassette y nos regaló unas cuantas cintas. Las escuché tantas veces que os aseguro que todavía recuerdo de memoria las sonatas Patética y Claro de Luna y el concierto Emperador. Con el tiempo, la audición de discos y la asiduidad a conciertos me encandilé con las óperas, sonatas, conciertos y el resto de las sinfonías. Necesité unas cuantas horas más de vuelo para disfrutar la Sonata para Hammerklavier (piano de martillos) o las Variaciones Diabelli. Finalmente vino su música de cámara. En el caso de Beethoven es la más intimista, quizá la más difícil, pero también la más revolucionaria técnicamente.

La pieza que hoy coloco en la entrada pertenece a esta último género. Tiene para mi un significado sentimental especialísimo y siento por ella absoluta debilidad. De duración bastante más larga de lo habitual en este blog, creo que, de todas formas, vale la pena. Se trata del 3er movimiento del cuarteto para cuerda Op. 132, en la menor. Pertenece a los llamados ultimos cuartetos, probablemente y sin exagerar la cumbre del clasicismo por la perfección del equilibrio, tan caracterísitico de esta época, entre diversidad y cohesión, conflicto y resolución, dualidad y unidad. Ese equilibro entre contrarios es lo que hizo que donde Bernard Shaw viera en estas partituras obras "bellas, sencillas, directas, sin pretensiones", otros las definieran como "oscuras, imposibles, difíciles y problemáticas". Son complejas y simples a la vez. Es Beethoven en estado puro.

[Interpreta el Alban Berg Quartett, grabado en 1999 para EMI]



El movimiento comienza con un adagio suavísimo. Siempre he tenido la sensación al oírlo, de encontrarme en un bosque como los del País Vasco o Navarra, en otoño. Hay niebla y rocío. La melancolía lo rodea todo. Poco a poco la música va iluminando el paisaje de forma muy tenue y el sol se va levantando. Desaparece la niebla y las notas van descubriendo y delimitando un montón de colores pardos, amarillos y rojizos. La melancolía ha sido sustituida por un estado especial de serenidad. La mañana ya es plena pero en el bosque la luz aparece filtrada, suave...Y de repente, como si saliéramos de un túnel, como si nos hubieran colocado ante una inmensa pantalla, la música estalla, nos envuelve y nos sumergimos en un paisaje lleno de luz y de sol fuerte. Es como estar ante una llanura inmensa de la Mancha, con un sol radiante y cálido de mañana, con los campos cuajados de espigas de trigo, altas y de un verde limpio e imposible. Estalla la luz y la música y el mes de mayo que se abre paso como siempre, renovando el ciclo desde la muerte hasta la vida. Después el tempo, poco a poco, se va ralentizando hasta enlazar de nuevo con el tema que iniciaba el movimiento. El bucle se cierra y comienza de nuevo.

Pero la melodía nos permite seguir inventando a nuestras anchas. Vamos a jugar ahora con Brueghel el Viejo e imaginar que podemos entrar en sus cuadros. Cuando vuelve el adagio pianissimo ya no estamos en un bosque, sino dentro de un paisaje helado en Holanda, con sus casas à pignon, con canales helados y patinadores cabizbajos que corren o se pelean, con campesinas que arrastran pesados trineos, con niños que juegan encima del hielo. La luz y la música están suspendidas, como en sordina. El horizonte es muy alto y de un gris indefinido y plomizo. El tema, otra vez, va delimitando los colores granates, oscuros y pardos de capas, carretas y edificios.



Y, por segunda vez, de nuevo Beethoven nos saca en volandas de ese cuadro y nos lleva a una fiesta campesina. Es verano. Hace calor. Los lugareños bailan con tal brío que la música no puede por menos que acompañarlos y va saltando, con compases cortos y brillantes hasta acercarnos a la gran mesa donde se prepara un festín de bodas. Se oyen risas. Se come, se bebe, se disfruta. La alegría se va colando por los espacios abiertos que deja el domingo...



Y esta maravilla fue creada por alguien que sabía que nunca podría escucharla. La imaginó y oyó en su cabeza para poder transcribirla a una partitura y que otros la interpretaran para otros que nunca serían él... Crear música que tus oídos no podrán nunca disfrutar, ser consciente de ello mientras la ideas y le das forma y, a pesar de ello, dejársela como una herencia preciosa a una humanidad en la que ya no crees. Ese hecho es ya motivo más que suficiente para enamorarse in aeternum de su autor. Yo sigo enamorada de Beethoven.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Cierre temporal por gripe


Temporal e involuntario. Hoy, por primera vez desde hace cuatro días, la fiebre ha decidido bajar a 38,4ºC y darme un respiro. Dentro de poco volveré a la rutina, pero ahora es que no estoy "pa ná". Mientras llega el próximo post, os dejo con la música tranquila y suave compuesta a finales del XIX por un atormentado músico, aunque a él no le gustase el término. Prefería que lo llamaran fonometrógrafo.
Es la archifamosa Gymnopedia 1 de Erik Satie. Al piano, Aldo Ciccolini, en una grabación de 1986 para EMI.

Salud, mucha salud.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

El gusanillo de lo clásico (2)...


[Esta entrada nació para el abuelo Cebolleta. Me gustan especialmente dos cosas de esa bitácora: que está escrita por muchos, cada uno con su estilo, sus vivencias, su niñez y que cada entrada hace que me identifique con el que escribe, porque sus recuerdos son muy parecidos a los míos. En una palabra, es un blog de compartir, de sentirse identificado. Conforme el post crecía, me daba cuenta de que, aunque contaba recuerdos de infancia, no conseguía adaptarse al espíritu del blog; se contaba algo tan simple y tan personal que nadie o casi nadie iba a sentirse identificado con su texto. Finalmente opté por publicarlo aquí. No me he olvidado del abuelo Cebolleta; todo lo contrario. Prometo intentar escribir en breve algo que sí merezca aparecer en él. Disculpadme]







Siendo niña, aparte de la afición de mi padre por la música, hubo para mí dos auténticos acontecimientos que definieron ya desde entonces buena parte de mis gustos musicales. Y los dos estuvieron muy próximos en el tiempo... pero del segundo hablaré otro día.

Cuando tenía más o menos ocho años me llevaron a mi primer concierto. Apenas me acuerdo de casi nada aunque sí soy capaz de recordar que el día antes me sentía como si fuera a asistir a una gran première, más por la ilusión de la novedad que por otra cosa. La memoria no es capaz de confirmarme si fue en el Alcalá Palace de Madrid; tampoco importa. Con todo, lo que a mí más me impactó de aquel día, lo único que soy capaz de recordar más de cuarenta años después no fue ni la orquesta, ni el programa, ni la cantidad de músicos, ni el tamaño del teatro; ni siquiera el sonido, la música per se. Lo que para mí representó un descubrimiento increíble es que los instrumentos tenían color.

Dicho así parece una perogrullada. Es cierto que sabía cómo eran las trompetas, las cornetas y las pianolas gracias a las películas del oeste, pero yo nunca había visto un violín, un cello o un piano más que en la televisión, la del Hogar Parroquial primero y la de casa después. Y en aquellos viejos televisores en blanco y negro los instrumentos eran todos grises, de un gris feo que los uniformizaba... y yo estaba convencida de que ése era su color real. Pero en aquel teatro no; allí violines, cellos, bajos, oboes, clarinetes, fagots tenían tantos matices de marrón que era imposible encontrar dos iguales. Y encima brillaban. Y los arcos no eran de cristal como yo creía ver en la pantalla, sino hechos de madera y cuerdas muy, muy finitas. (Tardaría mucho tiempo en saber que las cuerdas muy, muy finitas no eran tales sino crines de caballo).

Habría vendido mi alma al diablo por poder tener y saber tocar un instrumento de aquellos. Por eso, muchos años más tarde y para satisfacer ese deseo incumplido, me compré un cello y comencé a dar clases de música. Excuso deciros que la dureza del solfeo cuando tienes más de 35 castañas, los dolores de espalda que me atizaban al intentar adoptar una postura correcta, el hecho de ser zurda y tener que tocar al revés y el cargar todos los sábados y durante todo el día, con un muy poco discreto, pesado e inescondible instrumento de cuerda, dieron al traste con mi experiencia... y de paso, con mi fijación. Vaya lo uno por lo otro.

[El cello lo heredaría mi sobrino Pablo tiempo después e hizo de él mucha más carrera que yo. Todavía hoy, cuando le da la gana y las hormonas y el rap le dejan algo de tiempo libre, es capaz de sacarle un sonido muy hermoso]





Con mi edad actual casi me sonroja la ingenuidad de aquella primera experiencia. No soy una experta pero voy con bastante asiduidad a conciertos de diversa índole en Madrid y tengo varios abonos. Tampoco es que viaje mucho pero allí donde voy, igual que me preocupo de informarme acerca de monumentos, museos y lugares de interés, procuro conocer qué salas de concierto existen y pago la entrada con gusto para disfrutar de la música, pero también para saber si son hermosas o no, si la acústica es buena o deficiente y si lo que se toca por ahí fuera es mejor o peor que lo de casa. A lo largo de bastantes años he recorrido unas cuantas, algunas muy conocidas y famosas...

... Y sin embargo nunca he vuelto a experimentar en ninguna sala de conciertos, por muy renombrada, bella y perfecta que sea, aquella fantástica sensación de asombro ante el tesoro recién descubierto, cuando, por un momento y para siempre en la memoria, un violín ámbar oscuro se convirtió en el centro del mundo.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Para los que tenéis niños... y para los que no, también.

Navegando por la red me he encontrado con esta delicia. Supongo que si nosotros hubiésemos tenido acceso a cosas así, seguramente nos habríamos acercado a la ópera con menos miedo y disfrutándola más.

Es un extracto de "L'Opéra imaginaire". La música pertenece al Coro "Noi siamo zingarelle..." , de La Traviata de Verdi. Interpretado por el Coro dell'Accademia di Santa Cecilia de Roma. Realizado y animado por Gionne Leroy.

Producida en 1993 para la ORTF (radio y televisión públicas de Francia), coordinada por Pascal Roulin y publicada en 2001 en DVD, "L'opéra imaginaire (l'Opéra comme vous ne l'avez jamais vu)" contiene doce extractos de algunas de las óperas más famosas llevadas a la animación por artistas europeos con distintas técnicas, desde la plastilina a las imágenes de síntesis 3D. Aunque deudora evidente de Fantasía de Disney, lo que la hace diferente y atractiva es que toda la obra gira exclusivamente en torno a temas operísticos. Hoy por hoy es inencontrable, pero podéis ver varios extractos en YouTube y DailyMotions.

¡Que la disfrutéis!



viernes, 2 de noviembre de 2007

A mí me gusta, me gusta mucho



Fueron años de broncas, concentraciones, voces destempladas. Se iba a destruir uno de los entornos más antiguos y en uno de los barrios más señoriales de Madrid, para meter un cubo moderno de ladrillo, ¡qué horror! Mucha gente de bien se mostraba indignada porque iban a "cargarse" un emblema madrileño y, de paso, toda la articulación urbanística de la zona. La joya en cuestión era un claustro medio en ruinas, en un estado lamentable y cochambroso, que los frailes usaban para meriendas en bodas y comuniones, pero eso no importaba: era el claustro y el barrio de los Jerónimos y no se podía consentir. Pusieron a caldo al arquitecto, al director del museo, a la ministra de Cultura. Se manifestaban a diario, pletóricos de santa indignación para evitar que se cometiese tamaña iniquidad. Menos mal que de poco les valió. Hoy, trece años después, pocas voces se alzan en contra de la ampliación más importante que ha experimentado el edificio del Museo del Prado en sus dos siglos largos de historia, y de la que probablemente sea la transformación urbanística más espectacular de una zona emblemática del Madrid histórico, a lo largo del XX y lo poco que va de XXI.

Y a mí me gusta, siempre me gustó. Desde que vi y leí el informe, una vez aprobado el segundo proyecto definitivo. Reconozco que siempre he sido muy de Moneo: la estación de Atocha, Bankinter, el cierre del Banco de España por su fachada oeste ( la que da a Marqués de Cubas) y esa maravilla en ladrillo que es el Museo Nacional de Arte Romano en Mérida (Bolche me trajo las primeras diapositivas antes de poder ir a verlo).

Y creo que me gusta con razón. No era fácil conjugar dos lenguajes arquitectónicos entre los que median dos siglos y Villanueva era y es mucho Villanueva. Además se jugaba no sólo con un espacio interno, sino que el arquitecto debía ceñirse necesariamente a otro, esta vez urbanístico, situado entre el edificio de los Jerónimos y la Real Academia de la Lengua, por un lado y el edificio del museo, por otra. Lo solucionó bien porque Rafael Moneo tuvo la suficiente humildad para saber que estaba proyectando y levantando la ampliación de un edificio, no un edificio nuevo y que además esa construcción era y es una de las joyas del neoclasicismo español, por lo que debía respetar las reglas del maestro que lo creó.

Y Moneo respetó el ladrillo, el espacio y la luz de Villanueva. Todos los elementos de su obra traducen a un lenguaje y una técnica modernos el vocabulario del arquitecto neoclásico. La misma morfología en una sintáxis diferente. El ladrillo del nuevo edificio es exactamente del mismo color que el del viejo Prado. El espacio se despliega en medio de una limpieza absoluta, como en aquél. La luz, esa luz que atraviesa toda la galería alta del antiguo Gabinete de Historia Natural es la misma que perfora el cubo desde el claustro hasta las salas bajas de exposición, articulada por la linterna.

Se ha repetido hasta la saciedad que Moneo ha cuidado los materiales y los detalles al máximo y es cierto. El rojo de los estucos de la Sala de las Musas es el mismo tono de los rojos pompeyanos y de los cuadros de Goya; las puertas, marcos, techos y forros de columnas en bronce tienen exactamente la aleación requerida; la piedra de granito es igual a la que ordena el ladrillo del edificio del XVIII. El techo del vestíbulo nuevo tiene un dibujo que se corresponde exactamente con el que forman los setos de boj, a los que sustenta. Son impecables los remates en esquinas y escaleras. Todo es un juego de texturas y materiales.

Pero también ha creado fantásticos puntos de fuga hacia el sur, dándole al Jardín Botánico toda la relevancia que se merece, tanto en el vestíbulo interior como en la resolución del bosque de boj, en el exterior del edificio. Ha devuelto al ábside de Villanueva todo el esplendor que la contaminación y los autocares permanentemente aparcados le escamoteaban. Ha creado nuevos espacios donde pasear, leer, oler. Y ha hecho de un claustro sucio y desvencijado la pieza escultórica más impresionante que un museo pueda tener. Trasladado piedra a piedra, restaurado, limpiado, colocado sobre un plinto de cemento del color exacto de la fachada sur de los Jerónimos, el claustro se nos aparece en relieve, impresionante, poderoso, magnífico. Un espacio recuperado y renovado para sentarse a descansar, leer o ver cómo trabajan los restauradores.

Me gusta el Prado. Lo siento como mío y como parte de una soberbia herencia común. A muchos les resultará exagerado, pero es mi segunda casa. No hay sitio después de la mía propia por el que deambule más a gusto. Siento también un profundo respeto por el continente, por el contenido y por la institución. Pero, sobre todo, disfruto en él y de él. Desde la primera vez , de la mano de mi padre, cuando tenía siete u ocho años hasta anteayer, de la de mi marido, en que mi vista disfrutaba con los nuevos espacios y la colección recuperada y reencontrada, he vivido muchas cosas en él como para que me resulte ajeno. De la mano también (esta vez en un sentido no tan estricto) de antiguos y admirados profesores (A. Pérez Sánchez, Isidro Bango Torviso, Fernando Marías Franco) empecé a conocer parte de sus riquezas, las he fotografiado con un detallismo casi obsesivo, las he aprehendido, mostrado, enseñado a los míos. Creo que hasta una vez incluso ligué. Por eso me alegra poder pasear y disfrutar este nuevo y luminoso Prado, con la cara recién lavada y vestido de domingo.

En este ya muy largo mes de horas muy bajas, con inexplicadas ausencias de algunos amigos, el regalo del nuevo museo, con sus estucos, bronces y espacios libres en fuga, aligera el ánimo y me reconcilia en parte con el exterior.

Una gran obra se merece una gran música. Como muy digna acompañante, os dejo con la Danza de Los Marineros, suite nº 2 de la Música Acuática de G.F. Händel. Compuesta más de setenta años antes de que Carlos III le encargara a Villanueva la construcción del Gabinete de Historia Natural (luego pinacoteca nacional), el Jardín Botánico y el Observatorio Astronómico, está ya sin embargo imbuída de ese espíritu racional, iluminista de la Ilustración, en el que el hombre era la medida de todas las cosas y se creía firmemente en su capacidad de alcanzar sabiduría, conocimiento y bondad, gracias exclusivamente a su inteligencia y esfuerzo.