Un regalo de Sergio Astorga

lunes, 25 de enero de 2010

Nocturno



Francisco de Goya (1746-1828). Sueño. 1790. National Gallery, Dublín.


Hay días en que uno se va a la cama con la maravillosa sensación de haber logrado espantar algún demonio que le reconcomía el ánimo y con el tesoro de una esperanza en ciernes.

Y mañana me espera Chopin en directo, de la(s) mano(s) de Krystian Zimerman. ¡Qué mejor modo de empezar la semana!


Buenas noches




Frédéric Chopin (1810-1849). Nocturno op. 48 nº 2 en fa sostenido menor. Andantino. Daniel Barenboim, piano. Deutsche Grammophon (Polydor), 1982

sábado, 23 de enero de 2010

Centenario casi desapercibido





Tal día como apenas ya hoy, hace 100 años y en una pequeña localidad belga nacía Django Reinhardt, gitano, guitarrista, compositor de jazz y pintor.

Poco o nada añadiré a los datos biográficos que pueden encontrar en el enlace del párrafo anterior, salvo que era de carácter huraño, poco dado a halagos y vanidades y vivió siempre de forma un tanto pintoresca. Según cita hoy el diario El País, Hitler lo invitó a actuar en la triunfal por entonces alemania nazi. Se negó a hacerlo y pidió refugio en Suiza. Le negaron la solicitud de acogida por no ser negro ni judío.

Pero yo lo traigo hoy aquí por motivos personales. Sencilla y llanamente, su música representa para mí imágenes, reales o inventadas, paseos improvisados e inciertos por una ciudad a la que adoro. Canciones de un lugar nada oscuro al que no me importaría volver tan a menudo como me fuera posible.

Les dejo con algo de su música y sus pinturas.












Django Reinhardt (1910-1953). Swing From Paris. Membran Music, 2003




Lamento las prisas en redactar esta nota, pero me he dado cuenta muy tarde de la fecha y no quiero dejar de hacerle mi pequeñísimo homenaje antes de que acabe el día.

viernes, 22 de enero de 2010

Contradicciones por asumir



Camille Pisarro (1830-1903). L'Avenue de l'Opéra, Place du Théâtre Français au brouillard. 1898. Nueva York, Colección Privada.



A veces, en la engañosa orfandad palpable y muda de la noche, regresamos sin querer y a pesar de nosotros mismos a lugares ya sin remedio abandonados, sabiendo positivamente que nos vamos a arrepentir en cuanto raye el alba.





Camille Saint-Saëns (1835-1921). Mélodies sans paroles. Plainte. Bart Schneemann, oboe. Paolo Giacometti, piano. Brilliant classic (MasterMusic), 1998.

miércoles, 20 de enero de 2010

Receta casi infalible para arreglar un mal día



Hay días en que por más que uno se esfuerza, parece que los hados se empeñan en ponerle la zancadilla. Y sí, tienen razón: es difícil esquivarla, pero no imposible. Acéptenme una sencilla pero eficaz receta casera.

Madrid, 19 de enero de 2010, martes. Llueve, llueve mucho y el día es gris y desagradable, estúpidamente desagradable aunque no frío.

Primero y muy importante. Péguense con Vds. mismos para conseguir apartar el nórdico y saltar de la cama. ¡Bieeeen! Ha costado un poco (o un mucho) pero lo han conseguido. ¡Bravo por sus ganas de llevarle la contraria al puñetero día! Ducha y desayuno ligero y sobrio. Lo cierto es que detrás de la ventana el cielo presenta un aspecto tan oscuro y tristón que dan ganas de arrebujarse en el sofá y pasar así la mañana o de volver a meterse directamente al sobre. Pero no, de ninguna manera. No, no, no. No se quieran tan mal. Un poquito de respeto por Vds. mismos.

En vez de castigarse de esa manera, empleen sus dosis de masoquismo en coger el coche y recorrer la calle de Alcalá a unos 12 Kms. por hora de media. Lluvia, atascos, gente enfadada y despotricando, coches que se quedan parados en medio de un cruce entorpeciendo a otros 50 que van por la perpendicular. Obras, cielo sucio. Madrid insufrible. Llueve cada vez más. El lector de CDs de su viejo coche desgrana despacio una suite de Bach.





J.S. Bach (1683-1750) I Preludio. Suite nº1 para cello solo en sol mayor BWV 1007. Jacqueline Du Pré, cello. Emi, 1989.

La música es suave y melancólica. Dan ganas de llorar. Pero no se preocupen. El autobusero lo está pasando peor que Vds. Aguanten, ya no queda mucho. Imposible meter el coche en el aparcamiento de Montalbán. 15 pacientes ciudadanos delante de Vd. lo están intentando y no hay forma. De repente, ¡Ufff!, un hueco. ¿Ven como no todo es malo? Es zona verde y Vds. saben positivamente que tardarán más de una hora en volver, pero como tampoco piensan pagar la multa...

Ahora llueve mucho y hay que atravesar cuatro calles, pasar un control de seguridad, dejar todo en la taquilla pero, por fin ha llegado Vd. donde quería y necesitaba.

Pasa primero por la sala de la base de datos y reprografía. Encuentra tres signaturas. Una sigue prestada al departamento de restauradores, otra todavía está en el viejo edificio de Villanueva, de forma que tendrá que conformarse con consultar exclusivamente uno. Pero solo por estar allí ya merece la pena el viaje.

Y entra Vd. en la Sala de Lectura de la Biblioteca del Museo del Prado. Solo hay cuatro personas además de la bibliotecaria. Se sienta, enciende el ordenador y pretende consultar el correo. Pero se encuentra Vd. justo debajo de la gran bóveda pintada por Luca Giordano. Justo donde hace años estaba el Guernica. Y entonces, enciende el iPod, se deja escurrir despacito en el asiento hasta apoyar el cuello en el borde de la silla y contempla. Suena un concierto para oboe de Vivaldi. Y por primera vez en muchos, pero que muchos días siente que la tranquilidad se apodera de Vd., que algo bueno asoma por fin después de casi un mes.



Luca Giordano (1634-1705). Fresco de la Bóveda del Casón del Buen Retiro. Madrid.





Antonio Vivaldi (1678-1741). Concierto para oboe y orquesta RV 447 en Do mayor. I Allegro non molto. Guildhall String Ensemble. Dir.: Robert Salter. Malcom Messiter, oboe, Paul Nicholson, clave. Emi, 1988.

El libro llega enseguida. Y mientras desfilan por sus páginas las iglesias múdejares, renacentistas y barrocas de Madrid, es Boccherini el que le acompaña ahora. No se oye más que la música del cello y las figuras del fresco de Giordano le miran condescendientes desde arriba. Sus tonos claros le están diciendo que ése es un buen refugio para aprender y para olvidar.





Luigi Boccherini (1743-1805) Concierto para cello y orquesta en Si bemol mayor. II Adagio. English Chamber Orchestra. Dir.: Moud Martin-Tortellier. Paul Tortellier, cello. Emi, 1974.

A la vuelta sigue lloviendo a mares y la tristeza les ataca de nuevo. Tranquilos, no se preocupen. Pítenle un par de veces a algún taxista desaprensivo. No hay nada como dejar escapar un poco de rabia que sople y se lleve los demonios.

Comida ligera y rápida, que el estómago estos días casi no admite alimentos. A las cuatro, consulta dolorosa pero necesaria con el psiquiatra. Sube un poco la medicación pero no será seguramente por mucho tiempo. Hablan durante tres cuartos de hora y Vd. sabe que alguien puede escucharle por fin toda la verdad. Eso le consuela. Y cuando sale, nota que ha soltado lastre, que se siente Vd. mejor, que su autoestima ha subido un par de enteros y que qué narices: que es doloroso dejar restos en la cuneta pero llegados a cierta edad, a veces es un peaje necesario, aunque duela. Y si Vd. está intentando aprender a aceptarse a Vd. mismo tal y como es, con sus debilidades, sus miserias pero también con su parte de nobleza y generosidad, los demás tendrán que hacer igual con ellos mismos. Será duro dejar la parte que uno entregó con honestidad a otros en el camino. Pero guardará la que recibió con ternura y seguirá adelante porque hay que seguir y porque Vd. quiere seguir. Y tratando de ser sincero y honesto consigo mismo e intentando que el mundo, aunque solo sea un poquito, vuelva a ser suyo.

Ahora que se encuentra Vd. mejor, hágame caso. Váyase andando al Auditorio. Un buen paseo. En la sala de cámara le está esperando uno de los mejores conjuntos de cuerda que existen actualmente y el que para Vd., con toda seguridad, es el mejor cuarteto del mundo jamás escrito, aunque los expertos opinen que el anterior tiene mayor transgresión temática y técnica más revolucionaria. Siéntese en su localidad. Escuche al Cuarteto Takács desgranar el op. 18, los 4 y 5. La segunda parte le regalará esa joya de la que lleva Vd. enamorado muchos, pero que muchos años, desde que la oyó en la sala de música de su casa.





L.van Beethoven (1770-1827). Cuarteto op. 132 en la menor. Alban Berg Quartett. Emi, 1983.

Cierre los ojos y recuerde la bóveda del Giordano que vio esta mañana o traiga a su memoria la iglesia de San Ivo alla Sapienza del Borromini en Roma.

Durante 45 minutos desaparecerán la angustia, la melancolía, la tristeza, el desasiego y el dolor. La mente se relajará. Durante ese tiempo todo será posible. La calma le permitirá meterse dentro de la cabeza y el oído de aquel borrachuzo, sucio, misántropo y genial sordo que escribió la música más maravillosa que existe.

A la salida, el poco tráfico, la crisis y la hora harán que su viejo R5 "Manolo" le devuelva al refugio de su casa en poco tiempo. No hay necesidad de cena. El tercer movimiento del op. 132 todavía suena en sus oídos.

¿Lo ve? Ha conseguido ir sorteando un día muy, pero que muy dificilillo. Hoy ha habido fuerzas.

A la hora en que esto se publique será ya día 20, festividad de San Sebastián, el santo más sufrido y doliente que exista, con toda probabilidad, en el imaginario cristiano. También uno de los más hermosos.

Guido Reni (1575-1642). San Sebastián. Museo del Prado de Madrid. Foto obtenida del boletín Perspectivas, nº 36, del Museo Thyssen Bornemisza, sobre la exposición "Las lágrimas de Eros". Madrid, Otoño/Invierno 2009/2010
(merece la pena el doble click para ver la ampliación).


Y si se sienten como él, asaeteado sin remedio por el desasosiego o la tristeza, quizá sea día de dejarse llevar y de pensar, como dice Alucinao, que a veces uno se levanta con la melancolía puesta y debe dejarse arrastrar por ella y acudir a las canciones de Hilario Camacho, un músico muy, muy especial a quien, según palabras del propio Alucinao, "... vuelvo siempre que tengo necesidad de comprobar que las flores marchitas siguen atesorando mucha belleza".

Esfuércense y salgan a la calle o déjense arrastrar, a su gusto. Que hay días para todo.

Yo no sé cómo amaneceré hoy (lo cierto es que ya casi es de día). Tampoco me lo planteo. Actuaré según sople el viento. Si toca bueno, lo aprovecharé. Si malo, a aguantarse tocan. Al final del día, por fortuna, hoy también me esperan Beethoven y el cuarteto Takács en la sala de cámara.

Buenas noches (o días) e intenten ser un poquito felices.

martes, 12 de enero de 2010

Melancolía



Albrecht Dürer. Melancolía. Biblioteca Nacional. Madrid.





Hoy pintan bastos... y de los gordos.

La lluvia sucia y persistente se ha llevado esa cubierta blanca, uniforme y limpia que nos permitía el salto al vacío de un entreacto, como decía Charles de Batz.

Y la tristeza ha vuelto y no hay forma de librarse de ella. Roe despacito, con suavidad, destruyendo el sosiego. Y cuando eso ocurre, no hay más remedio que apurarla, bebérsela, masticarla hasta que pase y desaparezca...

Y escuchar a Rachmaninov.



Sergei Rachmannov (1873-1943). Vocalise. Op. 34, nº 14. Gautier Capuçon, cello y Gabriela Montero, piano. Virgin classics (Emi), 2008



Sergei Rachmannov (1873-1943). Variación nº 18. Rapsodia sobre un tema de Paganini. Op. 43. Transcripción e interpretación: Gautier Capuçon, cello y Gabriela Montero, piano. Virgin classics (Emi), 2008



PD Les pediría, abusando de su buena fe y su amistad, que hoy no hagan comentarios. No podría contestarlos. Hay días en que una no está para nada.

lunes, 11 de enero de 2010

Imagen helada






Miro desde la calidez del visillo huellas de pisadas limpias en el blanco torpe con ínfulas de manto. A estas horas de la noche, un Madrid silencioso y nevado se reconcilia consigo mismo más allá de esa torpeza virgen que da la madrugada.

Es hermoso sentir la serenidad que produce la desolación helada y blanca.



Franz Schubert (1787-1828). Texto: Wilhelm Müller. Erstarrung (La imagen helada). Die Winterreise (El viaje de invierno) D 911 nº 4. Dietrich Fischer-Dieskau, barítono. Gerald Moore, piano. Deutsche Grammophon, recopilación en 2005. Grabado en agosto de 1971




Erstarrung

Ich such' im Schnee vergebens
Nach ihrer Tritte Spur,
Wo sie an meinem Arme
Durchstrich die grüne Flur.

Ich will den Boden küssen,
Durchdringen Eis und Schnee
Mit meinen heißen Tränen,
Bis ich die Erde seh'.

Wo find' ich eine Blüte,
Wo find' ich grünes Gras?
Die Blumen sind erstorben,
Der Rasen sieht so blaß.

Soll denn kein Angedenken
Ich nehmen mit von hier?
Wenn meine Schmerzen schweigen,
Wer sagt mir dann von ihr?

Mein Herz ist wie erstorben,
Kalt starrt ihr Bild darin;
Schmilzt je das Herz mir wieder,
Fließt auch ihr Bild dahin!


La imagen helada*

Busco en vano en la nieve
la huella de sus pasos.
Donde no hace mucho y de mi brazo
ella se paseaba por la verde campiña.

Quisiera besar el suelo
y atravesar el hielo y la nieve
con mis lágrimas ardientes
hasta ver la tierra.

¿Dónde encontraré una flor?
¿Dónde hallaré la hierba verde?
Las flores están muertas,
el césped ha perdido el color.

¿No podré llevar conmigo
ningún recuerdo de este lugar?
Cuando mi dolor enmudezca,
¿qué objeto me hablará de ella?

Mi corazón está como muerto,
y en él yace aterida su imagen helada.
Y si mi corazón un día se fundiese,
también su imagen lejos fluiría.
(trad. Paz Juan)
(*)La traducción del título no es literal, pero me pareció más apropiada.

Imagen: Carretera nevada de Midwest

sábado, 9 de enero de 2010

Desvelo






A la condesa le ha costado mucho dormirse esta noche. Ha dado vueltas y más vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Cuando por fin ha conseguido descansar sonaba en el gramófono esta pieza.

Para mí que hoy no estaba muy católica. La mañana ha sido difícil y la tarde no le ha traído la tranquilidad que necesitaba.

Pero, aunque ella no lo sepa, yo siempre estaré aquí, escondido, detrás de mi señora, para volver su sueño tranquilo y velar porque no le pase nada.



Juan Sebastian Bach (1685-1750)- Sonata no 1 en sol mayor BWV 1027 para violencello y piano. Mischa Maisky, cello; Martha Argerich, piano. Deutsche Grammophon (Polydor), 1985.


Buenas noches.

miércoles, 6 de enero de 2010

De dolor, hermosuras y esperanza: Volver a empezar


Hace tiempo (no consigo recordar en qué película), una frase de Fernando Fernán Gómez me impresionó profundamente. En dicho diálogo el personaje que él mismo interpretaba, al ver después de muchos años al de Maruja Asquerino, le decía: "El dolor te ha hermoseado".

Y para mí esa rotunda aseveración es hoy más cierta que nunca, al menos en algunos casos. Es verdad que hay dolores crueles que se marcan en las facciones y el cuerpo como una arpía indecente y provocan envejecimiento prematuro, fealdad, tristeza, sufrimiento imposible de asimilar. Entre esos dolores yo incluyo la guerra, el hambre, la crueldad humana, el maltrato, el odio, ese que provoca generalmente el hombre como lobo para el hombre. Quedarán por siempre esculpidos sin remedio, como una lacra, una herida que no cierra, grabados a fuego por la desesperanza, la miseria o incluso el olvido.

Pero no hablo del dolor de la superviviencia o de la muerte. Hoy quiero referirme a ese dolor pequeño, fruto de haber vivido. A ese que se nos clava en el ánimo pero que cuando pasa y lo superamos nos hace más fuertes, mejores personas, más humanos, más asequibles y tolerantes, que nos hace ponernos en el lugar del otro y sentir empatía (que por eso la palabra viene de in pathos, en el dolor o en el sentimiento) e incluso compadecernos (también en el sentido más noble del término: cum pathos, compartir el dolor o el sentimiento). Y estoy convencida de que ese dolor hermosea. Se va posando suavemente en el rostro junto a las arrugas de las comisuras en los labios que provoca la risa abierta; las del ceño, a veces por el enfado pero también por la extrañeza, la ternura y la sonrisa; las de los ojos, seguramente por la felicidad y la alegría. Ese dolor, el superable, el que se origina en el alma y no como brutal agresión externa, nos hace más hermosos, más bellos y más conscientes de que los surcos que deja son huellas de vida.

Eso sí, mientras lo padecemos, mientras nos muerde con saña y meticulosamente las orillas de la autoestima y el ánimo no somos capaces de verle el menor encanto. Nos machaca de a poquitos, nos mata lo que de más vital tenemos y nos hunde bajo el peso de la tristeza y el sufrimiento anímico o físico. Pero cuenta, a su pesar, con dos valiosísimos caballos de Troya: de un lado el tiempo, esa maravillosa panacea de casi todos los males del alma y de otro, nuestra propia capacidad de apurar ese dolor, de beberlo, de digerirlo, de transformarlo y aprender de él hasta convertirlo en nuestro propio bagaje personal, sacando de él la fuerza para seguir viviendo y no limitarnos a sobrevivir. De ahí, como en una peculiar y doliente metamorfosis, saldremos renovados, con más fuerza, más maduros emocionalmente y más hermosos de alma y de rostro.

Y además ese dolor íntimo, personal, individual y propio, pequeño aunque profundo y al que no pueden acceder por más que lo intenten los que nos quieren bien para consolarnos y ayudarnos, tiene una espléndida y redentora cualidad. Nos hace levantarnos con más ganas que antes de caer. Hace que irremediablemente, y porque amamos la vida, pongamos todo nuestro empeño en recuperar las fuerzas para volver a empezar.

Y en ésas está esta condesita. Con altos y bajos, con subidas y bajadas de tiovivos emocionales, pegándose a días consigo misma para levantarse de la cama y agradeciendo el respiro de algunas tardes que a veces le devuelven con brevedad la tranquilidad, el sosiego y la esperanza. Acudiendo al psiquiatra y al psicólogo con puntualidad suiza, tomándose la medicación prescrita como una niña obediente y aplicada. Y apoyándose en sus pequeños pero sólidos bastones reales, afectivos, los de toda la vida. En su marido, en su hermana, en sus escasos amigos de la infancia y en los aún más escasos de la primera juventud. Y sigue creyendo firmemente que la música es el linimento más completo para los dolores ilocalizables y el bálsamo que mejor cicatriza las heridas invisibles. Todavía caerá unas cuantas veces, pero volverá a levantarse con más ganas que antes. Y pasará por encima del desaliento, la deslealtad, las incompatibilidades, los desencuentros y el dolor por mucho que escuezan en el ánimo y el estómago. Y eso significa que, necesariamente, tendrá que dejarse cosas y personas en el camino. Porque se perdona de corazón pero el olvido es casi siempre imposible. Y conseguirá desprenderse poquito a poco pero definitivamente de esas adherencias que a ella tanto daño le han hecho. Quizá, sólo quizá, no le fueron pegadas a propósito, quizá ella sólo lo presuponga o lo intuya o lo deduzca. En todo caso, se liberará de las verdades a medias o falseadas, cuando no directamente de la mentira, de la decepción producida porque hayan abusado de su buena fe y hasta de la tal vez inocente inoportunidad o la dolorosa metedura de pata ajenas.

Cualquiera que haya pasado por una depresión seria (no una tristeza temporal sino esa larga y dura enfermedad del cerebro y el alma que te machaca sin consideración) sabe que cuesta, que es lento, pero que se sale y se sale fortalecido. Habrá días en que la dueña de este blog no estará para nada ni para nadie y no habrá comentarios a los comentarios ni visitas a sus casas Pero habrá otros en que se pondrá sus mejores vestidos y se asomará a esta ventana para hablarles de música, de pintura o de cosas personales sin importancia. Al principio los primeros ganarán a los segundos pero, más despacio o más pronto, se invertirá la ecuación y Mozart (mi queridísima Maga, te debo una trilogía dapontiana), Lully, Berg y hasta el mismísimo Wagner (no van a librarse así como así del Tristán e Isolda) volverán a pasearse por estas páginas, con o sin sinestesia, con o sin siniestra mano. Se lo prometo. Denme un cierto margen y volverán a despotricar de esta condesita filogermánica absolutamente anti-nazi (mal que le pese a alguna). Pero también volverán a adorarla y a enamorarse de ella porque precisamente en ella va buena parte de mí misma y no estoy dispuesta, bajo ningún concepto, a dejar el menor resquicio para que se olviden de quererme. Tengo la esperanza plena y absoluta de que vuelvan a caer rendidos a mis pies, por mi descoque, frivolidad, ligereza y por mi hermosura, no la de Madrazo, sino aquélla con que la vida me ha ido regalando y modelando mis facciones poco a poco.

Y despacito, con esfuerzo y tiempo, cada vez se caerá menos y le dolerá menos y se levantará antes y más rápido y con más impulso y más fuerza. Y se dejará cosas en el camino, flecos de sí misma que no volverán a crecer pero que curarán con más o menos mimos, con más o menos esfuerzo, con más o menos tiempo. Porque las cicatrices nos recuerdan que donde hubo herida y dolor, lo que permanece para siempre es que curaron y dejaron de hacer daño. Sólo cuando el clima amenaza lluvia duelen ligeramente para que nos cercioremos de que no cerraron en falso, de que hace mucho que la infección desapareció, de que seguramente y aun así valió la pena porque conseguimos extirpar lo que nos hacía mal y nos envenenaba el alma. Y ese pequeñísimo dolor desaparece sólo con acariciar suavemente la cicatriz y estar absolutamente seguros de que fue necesaria para sanar.

Y ese sufrimiento, como a todos ustedes les ha sucedido en una o más ocasiones, me hermoseará de la misma forma que los ha vuelto más hermosos también a Vds. Y entonces conseguiré mirarme al espejo con honestidad, con valor, con la estima renovada y recuperada y decirme a mí misma sin el menor engaño que, sólo por lo bueno que trajo, mereció la pena.

Y para rematar esta entrada tan poco musicopedagógica y de paso cortar el rollo narcisista, les dejo dos pequeños regalos de Reyes en forma de poema y de aria. Muy distintos, pero complementarios. El primero habla de la necesidad y de la fuerza imperiosa de la vida abriéndose paso, del amor por ella; la otra, de la hermosísima esperanza que en el fondo es la que nos ayuda a levantarnos cada día y mantenernos a flote, independientemente de que nuestros sueños o deseos se vean o no cumplidos, independientemente de las veces que todavía debamos caer.

Que el nuevo año se porte con todos Vds. mucho mejor de lo que lo ha hecho el odioso que se fue. El personaje central de este blog, creado casi más por Vds. que por mí pero del que cada día me impregno más, está casi segura de que como a peor no puede ir, el 2010 va a ser, cuando menos, un poco más agradable y compensador.

Y, si no les importa, sigan locamente enamorados de esta condesita, que ella se alimenta de su enamoramiento y además le hace mucha ilusión y a mí me vendrá muy bien.



La noche entera
con un hacha
me ha golpeado el dolor,
pero el sueño
pasó lavando como un agua oscura
piedras ensangrentadas.
Hoy de nuevo estoy vivo.
De nuevo
te levanto,
vida,
sobre mis hombros.

Oh vida,
copa clara,
de pronto
te llenas
de agua sucia,
de vino muerto,
de agonía, de pérdidas,
de sobrecogedoras telarañas,
y muchos creen
que ese color de infierno
guardarás para siempre.

No es cierto.

Pasa una noche lenta,
pasa un solo minuto
y todo cambia.
Se llena
de transparencia
la copa de la vida.
El trabajo espacioso
nos espera.
De un solo golpe nacen las palomas.
Se establece la luz sobre la tierra.

Vida, los pobres
poetas
te creyeron amarga,
no salieron contigo
de la cama
con el viento del mundo.

Recibieron los golpes
sin buscarte,
se barrenaron
un agujero negro
y fueron sumergiéndose
en el luto
de un pozo solitario.

No es verdad, vida,
eres
bella
como la que yo amo
y entre los senos tienes
olor a menta.

Vida,
eres
una máquina plena,
felicidad, sonido
de tormenta, ternura
de aceite delicado.

Vida,
eres como una viña:
atesoras la luz y la repartes
transformada en racimo.

el que de ti reniega
que espere
un minuto, una noche,
un año corto o largo,
que salga
de su soledad mentirosa,
que indague y luche, junte
sus manos a otras manos,
que no adopte ni halague
a la desdicha,
que la rechace dándole
forma de muro,
como a la piedra los picapedreros,
que corte la desdicha
y se haga con ella
pantalones.
La vida nos espera
a todos
los que amamos
el salvaje
olor a mar y menta
que tiene entre los senos.

Pablo Neruda - Oda a la vida - Odas elementales
Ed. Losada, B.C. y C. - 3ª ed. Buenos Aires, 1970



Giacomo Puccini (1858-1924) Madama Butterfly. Un bel dì vedremo. María Callas, soprano. Philharmonia Orchestra. Dir.: Tullio Serafin. Emi, 1954



Les aseguro que la condesa volverá a ser hermosa. Y yo también.