Hace muchos años un compañe-ro de trabajo me confesaba, entre muerto de vergüenza y de risa, que había entrado en un cine de arte y ensayo a ver
La flauta mágica pensando que, con ese título y además en sueco, tenía que ser porno duro. Para su desgracia y nuestra fortuna se trataba de la versión que hizo Bergman de la ópera de Mozart, cantada además en sueco.
La anécdota de mi amigo no es más que la otra cara de una misma moneda: ¿qué tiene esta ópera que, hasta los que no escuchan nunca este género la conocen? ¿Cómo, a pesar de haber sido maltratada en anuncios publicitarios, en chillonas versiones pop por "divillas de tres al cuarto", como contrapunto musical de comentarios deportivos y tantos otros ejemplos, ha podido mantenerse intacta y al mismo tiempo gozar del favor de todo el mundo? (Lo siento OSAPOSA, pero no me sale escribir de otra manera, de verdad). ¿Por qué de una misma partitura han salido cientos de versiones tan distintas? ¿Qué hace que la dirigida por Toscanini sea austera, la de Furtwängler, filosófica e íntima, la de Beecham, alegre y ligera y la de Solti, brillante y solemne?
Aunque los entendidos digan que, en sentido estricto, no es una ópera sino un
singspiel (palabro que equivale, más o menos, a nuestra zarzuela), para mí es de las obras más hermosas de Mozart.
El éxito del estreno sorprendió al propio compositor. ¿Por la calidad de la música, porque estaba escrita en alemán, porque se trataba de una homenaje y una defensa de la masonería, tan popular en ese momento? Si fue así, parte de esas razones ya no serían motivo hoy en día precisamente de favor y éxito sino más bien lo contrario. ¿Qué factores se dan ahora para que siga gustando tanto: que la calidad de la partitura es indudable, que se mantiene actual, que habla de valores como la justicia, la igualdad, el valor del conocimiento? No sé yo si esos son valores en alza ahora precisamente.
Aunque uno de los números sagrados de la masonería sea el 3, para mí la Flauta es una obra dual: dos actos, parejas afines y contrapuestas continuamente. Dos planos en horizontal: uno, Sarastro, hombre, el día y la luz, el conocimiento, la sabiduría, la ecuanimidad y el sentido del perdón, lo apolíneo; en el otro lado (por supuesto a la izquierda), la Reina de la Noche, mujer, lo oscuro, la ignorancia, el deseo de venganza, la falsedad de la tierna y llorosa madre que oculta a la vengativa y poderosa reina (otra vez el 2), lo dionisiaco, en definitiva. Dos planos también, pero en vertical: por una parte, Papageno y Papagena, ignorantes, del vulgo, sencillos, simples, a quien les está negado entrar en el reino del conocimiento y que nunca podrán ser iniciados; por la otra, Tamino y Pamina, seguirán las normas, sufrirán y superarán los ritos de iniciación, alcanzarán la luz. Esa doble naturaleza está también en la música: hay sofisticadas fugas como las de la obertura (va dedicado a mi amigo
Rasputín y su relación de amor-odio con Bach) y trozos sacados directamente del folclore popular alemán o austríaco.
Pero no solemos plantearnos razonamientos de este tipo cuando escuchamos música (al menos, no en un primer momento). Es probable que la dualidad no la sepamos pero la intuímos y se desprende continuamente de la obra. Todos somos, a veces, un poco como la Reina de la Noche, pero también nos sentimos solos como Papageno sin saber que tenemos al lado lo que con tanto ahínco buscamos. Casi todos queremos un mundo más justo, más equitativo, más igual. Casi todos hemos creído que era posible. Casi todos, lo queramos o no, pasamos por ritos de iniciación continuamente, desde que salimos a la luz, hasta que desaparecemos. Schikaneder, el director, productor, actor y autor del libreto y Mozart crearon
arquetipos y la mayoría nos vemos reflejados en ellos.
A lo mejor el secreto está en que se trata un poco de todo... y por encima de ese todo, la música: los imposibles arpegios de la Reina de la Noche, la increíble nostalgia de Pamina, las dificilísimas partituras de los instrumentos de madera. Fuga y canción popular, bajos profundos y sopranos coloratura, 3 damas malas y 3 jóvenes buenos, bien y mal, luz y noche, conocimiento y oscuridad. En definitiva, el genial, atormentado, trastocador de notas y muerto de hambre Mozart, apenas 4 meses antes de morir.
¡Uf, qué largo! Intentaré no dejarme llevar tanto por el entusiasmo.
PS. Como todavía ando pegándome con el blog no soy capaz de poner mi foto. En cuanto aprenda me veréis la cara. ¡Ah! Para los que consigan llegar al final. A pie de blog hay una foto que procuraré ir cambiando cada poco tiempo. Siempre suelo ir con una cámara en el bolso y soy de dedo rápido: os aseguro que daré la tabarra.