¿Qué creían? ¿Que iba a ser capaz de marcharme y abandonar a la condesa..?
Si alguno llegó a pensarlo en serio, entonces es que no me conoce lo más mínimo. En cambio, el señor Daniel y la señora Gemma sí que han llegado a hacerlo en profundidad (al menos un poquito). Claro que los tres somos de la misma tierra y, lo quiera el TC o no, eso imprime carácter. Tal vez, después de tanto tiempo en Madrid haya perdido algo de mi identidad catalana pero no por ello dejo de ser formal, cumplidor i amb molt seny.
Mi señora piensa seriamente que me he marchado y que tardaré en volver. Posiblemente hasta llegue a temer que quizá nunca regrese. Por eso está tan triste, tan dolida y se siente tan sola. Cree que la he dejado a su suerte. Pero se equivoca. Y es que, aunque ella se niegue a reconocerlo, por fortuna se equivoca como todo hijo de vecino. Es más, en esta ocasión me atrevo a asegurarles que se equivoca de medio a medio. Vamos, que de lo que dijo en su anterior entrada, rien de rien.
Y además sé que en el fondo todos Vds. lo saben tan bien (y también) como yo. Seguro que no tienen empacho en reconocerme que siempre han sido conscientes de que nunca podría dejarla. No sería capaz de vivir sin ella al igual que ella no podría pasar sin mí. Somos las dos caras de una misma moneda. El uno no podría existir sin la otra y a la inversa.
Lo que ocurre es que, justamente porque la conozco y la quiero y deseo protegerla, de tanto en tanto me escondo. Y no vayan a deducir ahora que es por crueldad. Nada más lejos de mi intención. Ya, si razón no les falta. Soy consciente de que se desespera, se desanima y aunque no quiera reconocerlo me echa de menos. Por eso piensa que la he abandonado. Pero es que si siempre se apoya en mí nunca saldrá de ésta. Tiene que hacerlo por ella misma. Nadie, absolutamente nadie más que la condesa puede ayudarse a escapar de donde está metida. Y por eso yo permanezco oculto aunque bien cerca de ella. Como un padre que desde atrás vigila los primeros pasos de su hijo, sin agobiarlo, sin atosigar, dejándolo moverse con autonomía. Pero con los brazos, la mente y el ánimo atentos a sujetarlo antes de que pueda irse al suelo. O incluso a veces y sabiendo que lo hará en una postura correcta, permitiendo que se dé un ligero culazo. Con libertad y cariño, que uno está chapado a la antigua y no tuvo hijos pero siempre opinó que era una de las mejores maneras de aprender.
Y ella se levantará (de hecho está menos caída de lo que cree) de nuevo por sí sola. Y pensará que lo hizo sin ayuda de nadie o casi nadie. Recuperará la confianza, la propia estima y volverá a quererse (de eso me encargo yo, denlo por cierto). Y lo hará imaginando que no le debe nada a ninguno (es muy orgullosa la señora condesa cuando quiere), aunque tampoco es tonta e intuye perfectamente de qué va esto (son ya muchos años).
Como digo volverá a alzarse, segura de sí misma pero generosa con quienes estuvieron ahí durante todo este tiempo apoyándola. Recuperará, más pronto que tarde, su sonrisa y la chispa de sus ojos oscuros. Y volverán a escuchar Vds. por este salón el frufrú de su polisón azul turquesa mientras corre de un lado a otro de la casa atravesando pasillos o camina por el jardín. Y retornarán sus tertulias, su frivolidad y su encanto naturales. La he visto recuperarse muchas veces. Por eso estoy seguro de que esta vez no va a ser distinto. Afortunadamente.
Y acabarán un poco hasta el moño de sus germanismos insistentes y de su "pedantería de andar por casa" en materia musical. Y si me apuran, hasta volverá a hacer esos imposibles e insoportables juegos tontos de palabras y mezclará sin pudor imágenes y música. Y tornará a ser inflexible conmigo en lo que a materia futbolística se refiere.
Pero volverá a ser ella. Poco a poco, pasito a pasito pero firmemente, con fuerza, con delicadeza, con afecto. Que piano piano si va lontano que decía aquél.
Además, ¡qué quieren que les diga! Vds. no me engañan. Sé que la adoran así, con sus gestos de pizpireta incorregible, su inconstancia, su sentido del humor en ocasiones, sus sinestesias y su mal disimulado narcisismo, mirándose de continuo y abiertamente en el espejo. Y también sé de buena tinta que alguno y alguna se han sentido preocupados muy seriamente al verla en ese estado de flojedad y tristeza y con esa aparente incapacidad para salir de él.
Así pues, estoy por el momento en la sombra, que no a la ídem (y no admito chuflas al respecto que aunque poco, sí me conocen lo bastante como para saber que esas bromas no me van en absoluto y tonterías las justas.) Aquí sigo, decía, detrás de sus pisadas, de salón en salón. Empujándola suavemente a que se levante a diario y trabaje, a que salga y pasee, a que estudie o lea o escuche música. Cuando llegue el momento, ni antes ni después, saldré de nuevo a la luz. A su luz.
Para ser un retorno a escondidas me temo que lo he hecho ya demasiado largo. Con todo, no quisiera despedirme sin hablarles de algo.
¿En alguna ocasión han leído algo acerca del tema de la ópera Fidelio de Beethoven? Por cierto, la única que compuso. Sí, el sordo ese desastrado y bastante cochino cuya música hace las delicias de mi querida condesita... Y en esta obra está además especialmente romanticorro y bobalicón.
Se lo resumiré brevemente. Don Pizarro, gobernador de la cárcel de Sevilla, mantiene prisionero por motivos políticos a Florestán en la mazmorra más profunda. Lo tiene preso desde hace más de dos años y cada día le rebaja la ración de alimento para matarlo lentamente (les aviso de nuevo que no se me vayan por las asociaciones fáciles de ideas, que estamos en el siglo XVIII). Leonora, la mujer del prisionero, intenta llegar hasta él para liberarlo o, por lo menos, alimentarlo y darle consuelo. Para ello se disfraza de hombre y se hace pasar por el criado Fidelio, que entra a trabajar en la casa del carcelero jefe Rocco. Don Pizarro se entera de que su cárcel va a sufrir una inspección y decide matar a Florestán de una vez. Le hace el encargo a Rocco pero éste se niega. Decide asesinarlo él mismo aunque Rocco y Fidelio deberán cavar la tumba. Con la ayuda de Marcelina, la hija de Rocco y novia de Jaquino, a quien abandona porque se ha enamorado de Fidelio (Leonora), la esposa se entera de dónde se encuentra la celda de su amado. Cuando carcelero y ayudante bajan a cavar la tumba, Florestán, medio inconsciente por la debilidad, cree ver a un ángel con el rostro de su mujer. Ella se acerca, lo alimenta y le da consuelo. Mientras tanto, don Pizarro se presenta para matar al preso. Leonora se enfrenta a él, colocándose delante de su marido para protegerlo y descubriendo su verdadera identidad. Con una pistola obliga al gobernador a desistir de su fechoría. Finalmente, las fanfarrias anuncian la llegada de don Fernando, el ministro. Éste arresta a don Pizarro y libera a Florestán, que abraza a su mujer mientras el resto de prisioneros alaba el valor, la lealtad y el amor de la esposa que ha conseguido liberarlo.
Es una historia pues, de fidelidad, lealtad, libertad y amor. Que no sé yo por qué se la he traído a colación hoy ni a santo de qué me ha dado a mí por lo tudesco, pero que por alguna razón habrá sido , digo yo.
Disfruten de la semana santa y de los días de paz antes de que mi querida condesita vuelva a darles la matraca con Schubert o el de la boina y disculpen lo pesado del discurso de este humilde servidor de la señora, algo talludito y también hoy algo bobalicón y romanticorro como el sordo.
Mis razones he tenido.
L.v Beethoven (1770-1827). Fidelio. Obertura. Philharmonia Orchestra y Chorus. Dir.: Otto Klemperer. Ludwig, Vicker, Frick, Berry, Hallstein, Unger, Crass. EMI, 1962 (remasterizado en 2000).