Ayer la noche prometía. Cena en el restaurante de dos personas a las que quiero mucho. Porque los conozco desde los tiempos difíciles de 1997 en que abrieron su primer restaurante en Madrid. Porque son amables y divertidos y buenos anfitriones. Y porque Sara te hace sentirte como si estuvieras en casa y Sergi crea sus platos como lo que es: un grande de la cocina.
Comprendan Vds. que después de tres meses y medio de lechuguita y pechuga a la plancha esta condesa se estremeciera ante la idea de tener una "noche loca" gastronómicamente hablando.
Y si encima ésta comienza con un Negroni de los que prepara Diego, mi barman favorito, la cosa no puede tener mejores y más sugerentes expectativas.
¡Uhhhhmmm! Un Negroni. Casi ni recordaba cómo sabía. Un cóctel creado por el barman Fosco Scarelli allá en el mítico Café Casoni de Florencia cuando añadió ginebra a la bebida habitual y aburrida del Conde Camillo Negroni. Y el cóctel, bautizado como el algo estrafalario colega aristócrata, se hizo enseguida famoso. Si pueden, pruébenlo en el archiconocido Harry's Bar de Venecia o en el Café Rivoire de Florencia. Pero si los dos anteriores les pillan un poco lejos, no dejen de acercarse a un bar de copas (de los pocos en que todavía sepan confeccionarlo) y dense un homenaje.
Negroni, un clásico de la coctelería. 1/3 de ginebra, 1/3 de vermú rosso, 1/3 de Campari (Y por supuesto, nunca toleren que les sirvan un Negroni Sbagliato en el que la ginebra ha sido sustituída por cava o vino espumoso italiano. Háganme caso; sería un delito). Falsamente dulzón cuando das el primer sorbo, el Negroni enseguida deja asomar el amargor del Campari que ya no te abandona durante todo el trago. La ginebra le da cuerpo y gracia. La cáscara de naranja, el toque justo de aroma. Y a mí esa combinación siempre me trae a la memoria jazz (¡vayan Vds. a saber por qué!). Buen jazz. Increíble jazz. Cantado por ellas mientras la bebida de color rojo va desapareciendo en el vaso corto antes de que el hielo se deshaga.
Y una vez roto el hielo con el aperitivo, la promesa de una cena lenta y agradable, de la mano de un yogurt de te blanco y judía verde, unas patatas chips finísimas y transparentes, unas croquetas de bacalao minúsculas y unas aceitunas que se iban del mundo.
No seré prolija (3ª acepción del DRAE) en descripciones del resto del menú porque para algo se lo traigo aquí. Tan sólo decirles que se fue desgranando poco a poco, con buen humor y bien regado por una xarello con barrica del Penedés, una mencía con olor a frambuesa de la Ribeira Sacra, una syrah afrutada de Montsant y, para acompañar los postres, la reina: una tempranillo, vendimia tardía de la Mancha. ¡Ahí es ná!
Me dirán. Pues vaya post, tonto. Pues sí, tienen razón: es un post tonto. Pero me apetecía mucho hablar de algo agradable. Y para remate de tonterías, no puedo evitar contarles una pequeña anécdota también tonta, pero relacionada con esta bitácora y su administradora.
Cuando llegó la hora de la carne, esta servidora eligió a ojos cerrados el pichón (y no admito el más mínimo pitorreo al respecto, ya que amén de grosero y soez, estaría fuera de tono) porque la alternativa era molleja de ternera. Deben saber también que es perfectamente conocida la faceta de Sergi como integrante de un grupo de rock pero pocos están al tanto de su enorme afición y conocimiento de la música del alemán de la boina: vamos que es un fan de y un entendido en Wagner como hay pocos.
Cuando se enteró de mi elección salió de la cocina y con un gesto muy gracioso me espetó: (sic)"A una wagneriana empedernida como tú deberían gustarle las vísceras. La obertura del Lohengrin gana mucho si está acompañada por unos riñoncitos o unas mollejas. Le va como "anillo" al dedo". Divertido y digno volvió a los fogones. Lo sé, lo sé. Estoy convencida de que esta frase va a hacer las delicias de buena parte de los lectores de este blog. Puede que esas aseveraciones veladas al lado gore de don Wagner por parte de alguno de Vds. se vean reforzadas a partir de hoy. Pero, a lo que parece, mi amiguete todavía no se ha enterado de que usar el nombre de Ricardito en vano le va a traer, sin duda, unas consecuencias y unos efectos colaterales poco deseados, toda vez que meterse con el de la boina garantiza el mal fario. Wagner y vísceras. ¡Hay que fastidiarse!
No, no se me asusten. El relato de una noche relajada como la de ayer no terminará con una larguísima intervención de Parsifal, de modo que acomódense en sus asientos y disfruten, que la música ha seguido hoy en esta bitácora sus propios derroteros.
Billie Holiday. Love is here to stay (Gershwin-Gershwin). De Songs for Distingué lovers. Verve, 1997 (grabada en 1957)
Ella Fitzgerald. The man I love(Gershwin-Gershwin). De Love Songs. Best of the Verve Song Books. Verve, 1996 (grabada en 1959)
Diana Krall. Maybe you'll be there (Blom-Gallop). De The look of love. Verve, 2001
Jane Monheit. Dancing in the Dark (Dietz-Schwartz). De Taking a chance on love. Sony Musica, 2004
Norah Jones. The nearness of you (Carmichael-Washington). De Come away with me. Blue Note, 2002
La noche acabó con un Rose Pepper, naturalmente sin alcohol (zumo de piña, soda, granadina, ginger ale) y al que también le sienta maravillosamente el jazz. Y esta condesa no les habla del lamentable estado en que se ha despertado el día después porque sería una ordinariez impropia de su estilo y clase social. Pero haberla, la ha habido, vaya si la ha habido. Háganme un favor: cuando se marchen, procuren hacer el ruído mínimo imprescindible. La cabeza se ha empeñado en retumbar hoy de una manera extraña... no sé por qué.