En 1991 tuve la tremenda suerte de asistir a un seminario que el compositor José Peris daba en la UAM, de cuyo Departamento de Música era director. A uno le puede gustar más o menos su obra, pero les aseguro que es un personaje al que me fascinó conocer: despistado, buen conversador, divertido y con un marcado sentido pedagógico de la enseñanza musical. Un día, charlando fuera de clase, me dijo algo que no he olvidado desde entonces. Sus palabras, más o menos, fueron las siguientes: "Lo que voy a decirle causaría sarpullido a los críticos, pero prefiera Vd. siempre un concierto en directo a cargo de un artista no excesivamente brillante, incluso algo mediocre, a la mejor grabación digital realizada por el intérprete más insigne. La emoción que seguramente le cause la primera le enseñará más cosas y le propocionará más placer que la segunda". No me atreví a objetar aunque en mi fuero interno no estuviera muy de acuerdo con ello. Con el paso del tiempo, salvo que el intérprete sea rematadamente malo, le voy dando cada vez más la razón.
Toda esta larga introducción viene a cuento para intentar subrayar que, por mucha música ADD o DDD que uno escuche, pocas cosas hay comparables a la sensación que produce la escucha de una interpretación en directo.
Ayer asistí al concierto que Elisabeth Leonskaja daba en el Auditorio Nacional de Madrid, dentro del Ciclo de Grandes Intérpretes que desde hace 14 años organiza la revista Scherzo. Y la máxima de Peris se quedó corta porque a la emoción que produce la audición en directo se unieron otros dos factores: el que ella sea uno de los Grandes (así, con mayúscula y haciendo honor al nombre del ciclo) del piano en este momento, y el que las obras elegidas para el recital fueran piezas especialísimas: las tres últimas sonatas para piano de Ludwig van Beethoven.
Les puedo asegurar que hubo magia. Esta dama georgiana de 63 años, vital pero serena en sus gestos y todavía con un cierto aire juvenil en su ademán y su porte (a pesar de que su vestuario lleva la impronta inconfundible de todas las intérpretes de la extinta Unión Soviética desde hace 50 años), sacó del Steinway & Sons un sonido especialísimo. He hecho hincapié en la edad porque seguramente el hecho de haber vivido le otorga, no sólo mayor virtuosismo técnico si cabe, sino fundamentalmente la posibilidad de entender y comprender mejor una obra tan compleja. La madurez interpretativa de la Leonskaja y su indudable habilidad pianística se aunaron para ofrecer una versión espléndida de las sonatas 30, 31 y 32 de Beethoven (opus 109 a 111). Y fue espléndida y con duende a pesar de las toses, el sonido de los móviles, los movimientos continuos de aburrimiento en los asientos, la apertura de cremalleras de bolsos, el ruidito del celofán de los caramelos al ser desliados y, en general, la grandísima falta de educación para la pianista y los compañeros de audición por parte de un sector del público.
Pero no debemos perder de vista que el intérprete es sólo eso, un intérprete. Ninguno podría mejorar una obra mediocre o mala. Y ayer sonaron en el Auditorio las notas de tres grandes sonatas. Las tres de indudable calidad, las tres enormemente difíciles de interpretar y hasta de escuchar y entender. Las tres herederas de la sonata nº 29 "Hammerklavier" y las posibilidades compositivas que ésta abrió, las tres concebidas al tiempo y como una sola aunque su estructura y sus temas sean tan diferentes. Me van a permitir que hoy, tanto para no aburrirles en exceso como porque es una de esas composiciones que a uno se le quedan grabadas en el ánimo desde la primera vez que las escucha, me decante por la sonata nº 32. Es más, me voy a limitar a su segundo y último movimiento: Arietta: Adagio molto semplice e cantabile. Porque esta última sonata de Beethoven es mucho más que una sonata. Es un auténtico testamento vital.
Para orientales en la audición, les extracto a continuación algunas notas del texto escrito por Roberto Andrade para el programa de mano del concierto de referencia : "... Beethoven se despide de la sonata para piano mediante un tema con variaciones que engañosamente llamó "Arietta". La melodía en do mayor.... de extrema sencillez... pero sus elementos... revelarán un insospechado potencial generador... Cinco variaciones... de progresiva complejidad... Si la primera prolonga el ambiente del tema, el fugato de la segunda... intensifica el esquema rítmico. La tercera es la más brillante y virtuosista: la unidad de medida es la fusa y se potencian los contrates tímbricos y dinámicos... En la cuarta... la línea melódica, sincopada y disgregada, flota sobre un rumor de fusas en el bajo. La quinta, inmaterial y extática,... se une a una hermosísima coda, que recupera el tema transfigurado, para concluir, meditativa y apacible, en un más allá sonoro o "en un preludio al silencio" como certeramente escribió Alfred Brendel".
Hasta aquí la opinión de un experto y fiable musicólogo. Para mí, la obra representa otras muchas cosas. No sé si cuando dentro de un rato o mañana escuchen este movimiento con atención y cuidado les dirá lo mismo que a mí me dice. No es de extrañar que prácticamente nadie en su época entendiera la obra final de Beethoven. Los caminos que abrió musicalmente hablando el sordo de Bonn están todavía medianamente explorados. Escuchen esos ritmos sincopados (en torno al minuto cinco, dependiendo de la grabación). Seguramente no les resulte difícil imaginar que están en un tugurio de Nueva Orléans, o incluso en un "saloon" del lejano oeste o viendo un vieja película muda en un cinematógrafo de principios del siglo pasado. Déjense llevar. Sientan los continuos cambios de tempo, de ritmo, de notas y tonalidades dominantes. Noten cómo pasa de un paraje sereno, hermosisísimo, tranquilo, romántico, al más delirante, actual y moderno paisaje. Entre medias, hay espacio para la esperanza y la desolación, para la dulzura y la más inquietante ansiedad. Sientan el pulso, los cambios sin solución de continuidad, la auténtica tortura técnica con la que el compositor alemán pone a prueba la pericia del intérprete. En esta última sonata Beethoven juega, explora, descubre caminos nuevos, sonoridades hasta ese momento insospechadas y que no volverán a escucharse hasta sesenta o setenta años después. Tomando como base la estructura bachiana de la fuga, se va paseando por el clasicismo, dando carta de naturaleza al romanticismo y prefigurando y adelantando toda la música del siglo XX. Toma la música, la dilata, la estira, la reconvierte, la transforma, la desestructura... Viajen con esta pieza en el tiempo y en la belleza; en las sensaciones que es capaz de provocarles. Esta composición, como la novena, como el cuarteto para cuerda op.132 es un forma de decirle al mundo: "Aquí os dejo esto. He trabajado, explorado, descubierto, a pesar de no oír, a pesar de vuestra ignorancia y vuestro rechazo, a pesar de que no lleguéis jamás a enteraros mínimamente de lo que he llegado a conseguir y lo despreciéis. Es mi forma totalmente nueva y revolucionaria de entender la música, de abrir posibilidades técnicas y cromáticas pero, sobre todo, es la música como puro concepto, liberada de trabas y corsés estructurales. ¡Qué lástima que no sepáis apreciarlo!"
Lamento mucho no poder traerles para su escucha una grabación de la Leonskaja precisamente de esta pieza, pero es que no dispongo de ella. Con todo, creo que las que aporto no desmerecen, en absoluto, de la de la georgiana. Hoy me gustaría que escuchasen dos versiones de este último movimiento sobre el que hemos hablado. Son dos interpretaciones a cargo de otros dos Grandes (de nuevo con mayúscula) del piano del siglo XX: Wilhelm Backhaus y Solomon. Para mi gusto, las dos soberbias. Y completamente distintas.
Hacía mucho tiempo que no se lo proponía, pero me gustaría que jugásemos de nuevo a que me dijeran cuál de las dos les ha sugerido más o mejores emociones. Si les parece, de nuevo les dejo a Vds. la palabra sin expresar mi opinión al respecto (prometo hacerlo en los comentarios). No se empeñen en informarse acerca de la obra; se trata de saber qué les dice la música. Eso sí, debo avisarles de la larga duración de las grabaciones (unos 13 minutos la primera, 18 la otra), así como de que su sonido no es técnicamente perfecto, dado que ambas corresponden a registros muy antiguos. Pero esto no debe ser un inconveniente, sino una forma de ayudarles a ver cómo los continuos quiebros y cambios se van sucediendo. Escuchen y comparen. La imperfección del sonido puede que hasta les ayude. Y háganlo dejándose llevar, abriendo el ánimo y no la mente y disfrutando del testamento sonoro de quien revolucionó para siempre las estructuras y formas musicales.
L. van Beethoven. Sonata para piano nº 32, op. 111. II Arietta: Adagio molto semplice e cantabile
Wilhelm Backhaus. Grabado en Viena 25/05/1964. Virtuoso, 1988
L. van Beethoven. Sonata para piano nº 32, op. 111. II Arietta: Adagio molto semplice e cantabile
Solomon. Grabado en Londres el 16 y 24/05/1951. EMI, 1956,2005