[Esta entrada nació para el abuelo Cebolleta. Me gustan especialmente dos cosas de esa bitácora: que está escrita por muchos, cada uno con su estilo, sus vivencias, su niñez y que cada entrada hace que me identifique con el que escribe, porque sus recuerdos son muy parecidos a los míos. En una palabra, es un blog de compartir, de sentirse identificado. Conforme el post crecía, me daba cuenta de que, aunque contaba recuerdos de infancia, no conseguía adaptarse al espíritu del blog; se contaba algo tan simple y tan personal que nadie o casi nadie iba a sentirse identificado con su texto. Finalmente opté por publicarlo aquí. No me he olvidado del abuelo Cebolleta; todo lo contrario. Prometo intentar escribir en breve algo que sí merezca aparecer en él. Disculpadme]
Siendo niña, aparte de la afición de mi padre por la música, hubo para mí dos auténticos acontecimientos que definieron ya desde entonces buena parte de mis gustos musicales. Y los dos estuvieron muy próximos en el tiempo... pero del segundo hablaré otro día.
Cuando tenía más o menos ocho años me llevaron a mi primer concierto. Apenas me acuerdo de casi nada aunque sí soy capaz de recordar que el día antes me sentía como si fuera a asistir a una gran première, más por la ilusión de la novedad que por otra cosa. La memoria no es capaz de confirmarme si fue en el Alcalá Palace de Madrid; tampoco importa. Con todo, lo que a mí más me impactó de aquel día, lo único que soy capaz de recordar más de cuarenta años después no fue ni la orquesta, ni el programa, ni la cantidad de músicos, ni el tamaño del teatro; ni siquiera el sonido, la música per se. Lo que para mí representó un descubrimiento increíble es que los instrumentos tenían color.
Dicho así parece una perogrullada. Es cierto que sabía cómo eran las trompetas, las cornetas y las pianolas gracias a las películas del oeste, pero yo nunca había visto un violín, un cello o un piano más que en la televisión, la del Hogar Parroquial primero y la de casa después. Y en aquellos viejos televisores en blanco y negro los instrumentos eran todos grises, de un gris feo que los uniformizaba... y yo estaba convencida de que ése era su color real. Pero en aquel teatro no; allí violines, cellos, bajos, oboes, clarinetes, fagots tenían tantos matices de marrón que era imposible encontrar dos iguales. Y encima brillaban. Y los arcos no eran de cristal como yo creía ver en la pantalla, sino hechos de madera y cuerdas muy, muy finitas. (Tardaría mucho tiempo en saber que las cuerdas muy, muy finitas no eran tales sino crines de caballo).
Habría vendido mi alma al diablo por poder tener y saber tocar un instrumento de aquellos. Por eso, muchos años más tarde y para satisfacer ese deseo incumplido, me compré un cello y comencé a dar clases de música. Excuso deciros que la dureza del solfeo cuando tienes más de 35 castañas, los dolores de espalda que me atizaban al intentar adoptar una postura correcta, el hecho de ser zurda y tener que tocar al revés y el cargar todos los sábados y durante todo el día, con un muy poco discreto, pesado e inescondible instrumento de cuerda, dieron al traste con mi experiencia... y de paso, con mi fijación. Vaya lo uno por lo otro.
[El cello lo heredaría mi sobrino Pablo tiempo después e hizo de él mucha más carrera que yo. Todavía hoy, cuando le da la gana y las hormonas y el rap le dejan algo de tiempo libre, es capaz de sacarle un sonido muy hermoso]
Con mi edad actual casi me sonroja la ingenuidad de aquella primera experiencia. No soy una experta pero voy con bastante asiduidad a conciertos de diversa índole en Madrid y tengo varios abonos. Tampoco es que viaje mucho pero allí donde voy, igual que me preocupo de informarme acerca de monumentos, museos y lugares de interés, procuro conocer qué salas de concierto existen y pago la entrada con gusto para disfrutar de la música, pero también para saber si son hermosas o no, si la acústica es buena o deficiente y si lo que se toca por ahí fuera es mejor o peor que lo de casa. A lo largo de bastantes años he recorrido unas cuantas, algunas muy conocidas y famosas...
... Y sin embargo nunca he vuelto a experimentar en ninguna sala de conciertos, por muy renombrada, bella y perfecta que sea, aquella fantástica sensación de asombro ante el tesoro recién descubierto, cuando, por un momento y para siempre en la memoria, un violín ámbar oscuro se convirtió en el centro del mundo.
11 comentarios:
Nunca he entrado en un Blog, esta es mi primera vez, ...y lo hago para casi coincidir en la sensación de mi primer concierto, que no fue con 8 años, sino con 18, la sorpresa hipnótica para mí fue que la música tenía color, ...bueno todo el teatro ,los
instrumentos y la música, el sonido, tenían algo que yo llamo color y no podría distinguir dónde comenzaba la vibración del la temperatura, el sonido y la luz, el color, era como si todo al tiempo me hubiese sorprendido, ...muy agradablemente, ...ya siempre me gustó la música, ...casi cualquier musica.
Anónimo, eso sí que fue un enamoramiento en toda regla. Me alegro de coincidir contigo en impresiones. La música es la más intelectual y conceptual de las artes pero, al tiempo, es la más emocional, la que nos hace vibrar antes y más fuerte que otras y sin que podamos explicar por qué.
Por un momento, me has recordado a un viejo amigo.
Bienvenido a esta casa. Pásate cuando quieras.
Una entrada bella digna también de "El abuelo Cebolleta". No sé porque piensas que no podía interesar a nadie. Aquí o allá me parece una historia íntima y entrañable, me aviva recuerdos similares: "La primera vez".
Salud y REpública
Hay sensaciones que no tienen fecha.
Yo sentí lo mismo en mi primer concierto.
Para otra entrada del Abuelo Cebolleta un concierto de navidad en el que el director de la orquesta se disfrazaba.
La mejor marcha Radetzky que he aplaudido en mi vida!!
Hubiera servido para el abuelo pero aquí tambien está bien. la primera vez que uno se enfrenta a algo tan abstracto como es la música, y es capaz de asignarle colores, olores, sabores y texturas, es cuando realmente te emociona, cuando sientes que te ha enamorado, que algo inexplicable te ha ocurrido y te ha marcado. No tengo un recuerdo nítido de cual fue mi encuentro con la música, puede que con una colección de RCA para Selecciones del Reader's Digest que tenía mi hermano, y en concreto con la Carmen de Bizet, en una versión exclusivamente orquestal, aunque no recuerdo el pasaje exacto. Siempre ha estado entre mis óperas favoritas, a pesar de no estar en italiano. Sin embargo, mi encuentro con la pintura, lo recuerdo perfectamente, tenía 14 años en el Prado, como no, y me quedé durante más de media hora delante del Duelo a garrotazos creo que alguno de los golpes todavía me duele.
Qué bonita entrada, Freia.
Me gusta venir a tu blog, porque se respira tanta paz...
¡Qué majo! Acabo de escribir 'odio' en El Abuelo Cebolleta, y me reconforta leerte.
Ostras... Por si no teníamos bastante con el abuelo Cebolleta, ahora tambien la abuelita Paz (y hasta qué punto). Je,je.
Ya sin coñas.
Rafa
Eres uno de mis báculos favoritos. Siempre tienes una palabra amable para mis entradas. Si mañana puedo acercarme a la exposición, para mí será un lujazo conocerte.
Maripuchi
Pues tenéis razón. Con más o menos edad todos solemos pasar por las mismas experiencias. Me relamo de pensar en ese post sobre la marcha Radetzky.
Leg, Gracchus
Me alegra que mi bitacora os relaje y reconforte. Me sirve de mucho. A lo largo de estos dos meses, alguna vez me he planteado poner el blog en barbecho. Pero cuando al otro lado hay personas a las que les resulta útil o les agrada lo que dices, el escribir en él de repente tiene más sentido.
Bolche
Nos conocemos desde hace muchos, muchos años pero cada día, por fortuna, me sorprendes con algo nuevo. Puedo casi imaginarme al Javier de 14 años fascinado ante un cuadro tan brutal. Y cuando digo fascinado siempre empleo el término como sinónimo de hipnotizado, no necesariamente con un matiz positivo.
No me disfrace Vd. lo de la Carmen con milongas operiles. Todos sabemos que lo que hacía y hace de Carmen una de sus "piezas favoritas" no es precisamente la música...¡y además en francés!...
L'amour est un oiseau rebelle... Laralalá, laralalá, lalá...
Un abrazo
Bonita entrada. Bonito Blog. Freia, mil gracias por ir a la exposición. Siento no poder haberte saludado. Si llego a saber que estás ahí, voy echando leches a darte un besazo, pero hubo mucha gente, y muchas caras que no conocía. Gracias, de verdad.
Un abrazo!
Lo narras como si se tratara de un viaje de descubrimiento, y en cierta manera pienso que no es otra cosa.
Siempre he pensado que de todas las experiencias vividas que cargamos en nuestra memoria, son las que nos hablan del momento en el que descubrimos algo que nos ha dejado fascinados para los restos, las que realmente intentamos reproducir, no sólo con el repaso a nuestros recuerdos, sino intentado -como tú misma cuentas-, revivirlas repitiendo el mismo o parecido acto que evocamos.
Pero no es lo mismo: no huele igual, ni tenemos la misma edad, nuestra actitud y conocimientos son otras, igual que el modo de entender la vida; faltan quienes estaban y no estaban quienes les han sustituido...
Jamás será lo mismo, y en el fondo pienso que en muchas de las cosas por las que sentimos apego, afición o gusto, no hay sino un intento de volver, a través de ellas, a aquél momento remoto de nuestras vidas en que todo era tan diferente y abriamos por primera vez los ojos a algo que nos acompará por el resto de nuestros días.
Salud
Pues, a mí, que descubrieras de pronto que los instrumentos tenían colores, más allá de conocer que su función primordial fuera la de generar música, me da una idea muy vívida de hasta qué punto cobraron vida gracias a esos tonos rojizos y dorados que tú, tan jovencita, supiste ver. Vamos, que un día viste los instrumentos fuera de la tele y te diste cuenta de que existían de veras... ;-)
Bonito descubrimiento.
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