Era culto, educadísimo, alto y delgado, distinguido y guapo, todavía muy guapo en sus avanzados setenta. Había estado enfermo el año anterior pero se había recuperado, o al menos eso creí yo. Sin embargo llevaban dos meses faltando a nuestra cita musical, lo que no solía ser habitual salvo que algún viaje o un compromiso les obligara a ello. Lo cierto es que pensé que andaría pachucho de nuevo y estaba algo preocupadilla pero no tenía modo de saber de ellos. Cuando esta tarde he visto aparecer a Mercedes sin él, he tenido una especie de pálpito. "Joaquín ha muerto" me ha dicho ella.
Pero sobre todo, había muerto uno de mis compañeros de abono. El señor guapo, educado y distinguido con el que había compartido la música que interpretaban el Cuarteto Alban Berg, el Melos, el de Tokyo, el Casals, el Arcantos, el Meta4 y tantos más. Con él hablaba mucho menos que con su mujer, que era la que solía sentarse y, por fortuna sigue haciéndolo, a mi lado. Ella y yo éramos de conversación fácil. En las ocasiones en que él y yo teníamos localidad contigua, a mí me imponía mucho estar sentada al lado de alguien de su talla artística y personal. Aun así, era una delicia oírlos hablar de cuando iban a escuchar conciertos al Palacio de la Música antes de que fuese convertido en cine y hoy, por fortuna, en vías de recuperación como sala de conciertos después de su adquisición por la Fundación Caja Madrid. Jamás hablamos de artes plásticas. Nunca habría podido hacerlo con él (la ignorancia es atrevida pero no tanto). Me daba pánico el solo hecho de pensar en que podía meter la pata, aunque fuese mínima. Pero la narración de ambos de sus viajes y conciertos por todo el mundo o la crítica nada pedante que me hacían de las diferentes óperas que veían en el Real cada temporada, hacía que me sintiese enormemente privilegiada por poder escucharlos.
Y lo he sentido. Lo he sentido mucho. Porque se nos ha ido un referente de la vanguardia y la investigación constante y transgresora del siglo XX, un hombre que transmitió a su obra energía en la fuerza y cuerpo en la materia. Pero a mí se me ha ido mi compañero de música de trato reposado y tranquilo. Y ese hombre culto, elegante y muy atractivo que me trataba siempre de una forma exquisita.
Me habría encantado, en esta sinestesia obligada y dolorosa de hoy, poder mostrarles una de sus obras emblemáticas y que venía tan a propósito: su mural Orfeo, realizado para el Teatro Real en 1967 y que recuerdo aún perfectamente de cuando, bastante más joven que ahora, acudía al Real. Pero alguna mente "preclara" del Ministerio de Cultura (como verán siempre ha sido y será, junto con el de Educación, la Cenicienta de este país) pensó que, al remodelar la Ópera y convertirlo de un edificio de interior sobrio, elegante y con gracia en uno mucho más recargado, ostentoso y carente de buena parte de su lenguaje arquitectónico original, el mural sobraba. Y ni corto ni perezoso mandó que la obra de Vaquero Turcios fuera desinstalada. Ni siquiera, me temo, tenían derecho legal a hacerlo. Pero les dio lo mismo. Y tanto su obra como la de su padre desaparecieron del Teatro Real. Para quien amaba la música como la amó él, aquella afrenta tuvo que resultar especialmente triste y hasta amarga. Y para rematar tamaña fechoría es prácticamente imposible encontrar en la red (muy joven todavía) imágenes de ese mural retirado y privado de su razón de ser.
Pero su obra es tan extensa que tengo dónde elegir. Les dejo algunas excelentes composiciones suyas, como:
Joaquín Vaquero Turcios (1933-2010). Lliupersis azul. Mixta sobre lienzo. 200×200. (doble clic para ampliar)
Joaquín Vaquero Turcios (1933-2010).Nordeste. Acero cortén. Gijón, 1994 (doble clic para ampliar)
A él le hubiese gustado escucharlas y a mí me habría encantado que las disfrutáramos los tres juntos. Ya nunca más podrá ser. Ya no notaré cómo tenía que cambiar de vez en cuando de postura pues sus largas piernas se acomodaban mal a la estrechez de unas butacas concebidas para talla mediterránea. Ni sentiré cómo, en ocasiones, sus dedos tamborileaban de forma inconsciente sobre sus pantalones de sport. Pero sí sé que lo voy a echar mucho, mucho de menos.
Les dejo pues, como homenaje a don Joaquín Vaquero Turcios, con dos variaciones y dos sonatas para cello y piano de Beethoven. Quiero también que sean mi forma de darle un abrazo muy especial a su mujer, la poeta Mercedes Ibáñez, que hoy ha sido muy valiente aguantando el tirón del primer concierto sin él.
L.v Beethoven (1770-1827). Siete Variaciones sobre "Bei Männern welche Liebe fühlen" de la Flauta Mágica de Mozart. WoO46. Daniel Barenboim, piano. Jacqueline du Pré, cello. EMI y BBC, 1976
L.v Beethoven (1770-1827). Sonata nº 2 en sol menor, op. 5 nº2. Daniel Barenboim, piano. Jacqueline du Pré, cello. EMI y BBC, 1976
L.v Beethoven (1770-1827). Doce Variaciones sobre "See the conqu'ring hero comes" de Judas Maccabaeus de Händel WoO45. Daniel Barenboim, piano. Jacqueline du Pré, cello. EMI y BBC, 1976
L.v Beethoven (1770-1827). Sonata nº 5 en Re mayor, op.102 nº2. Daniel Barenboim, piano. Jacqueline du Pré, cello. EMI y BBC, 1976
Como observarán, he eliminado los comentarios en esta entrada. Quería que, como homenaje, tuviese principio y fin en sí misma. Estoy segura de que sabrán entenderlo.
Gracias a todos por su atención y muy buenas noches o, por hablar con propiedad, buena madrugada.