Cuando muera y mis sobrinos tengan que deshacer la casa, se van a encontrar con un serio problema: el síndrome de Diógenes de su difunta tía les va a causar más de un quebradero de cabeza y muchísimo, muchísimo trabajo (que suden la herencia digo yo).
Por lo que veo y leo en vuestras bitácoras pertenezco, como vosotros, a la generación de nostálgicos y sentimentales (un abrazo Bolche, AF, Tannhäuser, Blanca y tantos otros). Muchos me entenderéis cuando digo que soy incapaz de tirar nada. Supongo que Herr Freud y su "regresión a la etapa anal" tendrían mucho que decir al respecto. Cualquier chuchería comprada hace 30 años en un mercadillo de mala muerte me trae tantos recuerdos que, después de pensármelo mucho, la vuelvo a colocar donde estaba. ¿Me creeréis si os digo que he llegado a rescatar cosas que había conseguido echar a la basura, en un rapto de feroz arrepentimiento?
Pues bien: de entre todos los artilugios que pueblan mi casa y os aseguro que ésta es un homenaje al "horror vacui", me gustan especialmente aquéllos en los que algo se agita o que tienen algún tipo de mecanismo que los hace moverse sobre sí mismos, girar, desplazarse, sonar o cantar y eso incluye desde coches de fricción o juguetes de hojalata con cuerda a sofisticados gadgets que combinan músicas increíbles mientras bailan y sirven de altavoz al i-pod.
Por eso siento especial debilidad por la bolas de cristal en las que nieva dentro y por las cajas de música. Dejaré, por el momento, aparte las bolas de cristal: la mayoría de las que se venden hoy contiene ridículas laminitas fosforescentes que han sustituido a las feroces ventiscas de las de hace 30 ó 40 años (ya no nieva como antes en las bolas de nieve y, como en Ciudadano Kane, Rosebud es ya inalcanzable o irrecuperable).
Por lo que veo y leo en vuestras bitácoras pertenezco, como vosotros, a la generación de nostálgicos y sentimentales (un abrazo Bolche, AF, Tannhäuser, Blanca y tantos otros). Muchos me entenderéis cuando digo que soy incapaz de tirar nada. Supongo que Herr Freud y su "regresión a la etapa anal" tendrían mucho que decir al respecto. Cualquier chuchería comprada hace 30 años en un mercadillo de mala muerte me trae tantos recuerdos que, después de pensármelo mucho, la vuelvo a colocar donde estaba. ¿Me creeréis si os digo que he llegado a rescatar cosas que había conseguido echar a la basura, en un rapto de feroz arrepentimiento?
Pues bien: de entre todos los artilugios que pueblan mi casa y os aseguro que ésta es un homenaje al "horror vacui", me gustan especialmente aquéllos en los que algo se agita o que tienen algún tipo de mecanismo que los hace moverse sobre sí mismos, girar, desplazarse, sonar o cantar y eso incluye desde coches de fricción o juguetes de hojalata con cuerda a sofisticados gadgets que combinan músicas increíbles mientras bailan y sirven de altavoz al i-pod.
Por eso siento especial debilidad por la bolas de cristal en las que nieva dentro y por las cajas de música. Dejaré, por el momento, aparte las bolas de cristal: la mayoría de las que se venden hoy contiene ridículas laminitas fosforescentes que han sustituido a las feroces ventiscas de las de hace 30 ó 40 años (ya no nieva como antes en las bolas de nieve y, como en Ciudadano Kane, Rosebud es ya inalcanzable o irrecuperable).
La primera caja de música que tuve me la regalaron cuando hice la comunión. Ya entonces me pareció fea y ¡a fe mía que lo era!, espantosa, de imitación a laca china, en un rojo burdeos chillón. En el interior, la cosa empeoraba si cabe: un minúsculo joyero blanco con compartimentos muy pequeños y, en el centro, rodeada por muchos espejitos, una diminuta bailarina que giraba machaconamente mientras se escuchaba una música de ballet, interrumpida por el renquear de la cuerda (klin-klon, klin-klon). Nada más abrirla, mi padre apostó: "Chaikovski (perdón, en aquella época se escribía Tchaikovsky), El Vals de las Flores de El Cascanueces". Efectivamente, pero a mí eso era lo que menos me importaba. Durante los meses siguientes me pasé las horas muertas viendo girar a mi bailarina, erre que erre; me tenía fascinada en la misma medida que el oso aquel que había en la Casa de Fieras del Retiro, que se pasaba el día andando en círculo porque estaba metido en un foso muy, muy pequeño. Me gustaba porque era delgada y siempre estaba en equilibrio, aunque me angustiaba un poco ese no parar de dar vueltas continuamente.
Aquella primera caja no era muy buena y con el continuo trajin de la bailarina a todas horas, la cuerda terminó por saltar. Mi madre, muchísimo más práctica que yo, en un descuido la tiró a la basura, pero ¡ay!, que el mal ya estaba hecho. Pasaron bastantes, bastantes años pero me volvió a dar la ventolera de las cajitas y bien fuerte además.
Fue en Salzburgo. Acababa de salir de la casa natal de Mozart. Llovía, como casi siempre en esa ciudad. Por razones que no vienen al caso me había quedado, a mitad del viaje y como dice el tango, más sola que un buzón en una esquina , con lo que eso le pone a uno de sensiblero. Mi padre había muerto hacía 5 meses. Volvía al hotel por la Getreidegasse y me atrajo el escaparate de una tienda de música que parecía sacada del siglo anterior. En las vitrinas, junto a partituras, batutas y metrónomos, muchas cajitas de música pequeñas, transparentes. Aquello fue como la magdalena de Proust: flash, flash, a toda pastilla volvieron recuerdos de pequeña, de mi padre, de una época en la que todo estaba bien, todo era cálido y conocido, tu entorno y tu gente te protegían y no estabas sola. ¡Qué trallazo! y pocas cosas hay con un poder evocador tan fuerte como la música. Cuando conseguí enderezarme entré a la tienda. Me costó decidirme porque además eran muy caras. Elegí una con la musiquilla de Là ci darem la mano, del Don Giovanni de Mozart y cuando volví a Madrid ni siquiera me quedé con ella: se la regalé a un amigo, (¡mi viejo y querido Fasolt!).
Pero, a partir de entonces, viaje sola o acompañada, en muchos sitios he encontrado y comprado muchas y muy diversas cajas. En Granada, una de taracea de nácar y madera oscura, comprada en una tiendecita pequeña en el camino de subida a la Alhambra, con la música de la Pequeña Serenata Nocturna. En Ginebra, enfrente de la estación de Cornavin (mi añorada estación de Cornavin, fea como ella sola, pero que yo ya conocía desde muchos años antes gracias a Tintín y El asunto Tornasol), una de madera clara, como un bombón, preciosa, con un minueto de Mozart -La verdad es que si al pobre Amadeus le hubieran pagado todos los derechos de autor sobre artilugios parecidos y con efectos retroactivos, seguro que no había muerto joven y en la miseria, sino feliz y orondo en la vejez-. En Amboise, bajando del castillo, dos que no eran ni cajas porque sólo llevaban el mecanismo con el Quand on n'a que la amour de Brel y la mauvaise réputation de Brassens. En Venecia, en el Canareggio, al lado de Santa Maria dell'Orto, una cuadrada, de madera de cerezo, con la Primavera de Vivaldi. En Madrid, en una vieja tienda de la calle Barquillo, donde vendían piedras para ensartar collares, pequeñas teteras de porcelana y cajas de música de madera, sin más, de muchos tamaños con melodías que nunca he conseguido identificar. Cajas, cajitas de música, siempre de madera, relacionadas para siempre con el sitio donde fueron encontradas y compradas. Cajas, como esos pequeños tesoros que cuando éramos pequeñas enterrábamos en la tierra, protegidos por un cristal, por el solo afán de redescubrirlos al día siguiente como si fueran nuevos. Cajas, cajitas de las formas más diversas, con barrigas repletas de músicas mecánicas y amables que todavía hoy tienen la rara facultad de teletransportarme, como si fueran minúsculas Entreprise de Star Trek, a viejos tiempos en los que aún tenía todo por estrenar y podía desperdiciar horas y horas mirando girar delgadas bailarinas mientras, a mi alrededor, nunca llovía ni faltaba nadie.
13 comentarios:
Solo una pequeña precisión no musical. Mientras yo viva, y reto a muerte a quien me lleve la contraria Tchaikovsky será Tchaikovsky, al igual que Mao-Tse-tung, Chu-en-lai o Pekín. Acepto a regañadientes que Leningrado pase a llamarse Petrogrado, pero jamás San Petersburgo, los naturales de Ucrania son ucranianos y los de Bosnia bosniacos, por cierto que el idioma que se habla en la antigua Yugoslavia es el Servo-croata, no existe Malaisia sino Malasia y en general el Libro de estilo de El País y otras memeces de parecido jaez se las pueden meter por el mismísimo culo, sus modernísimos autores, mandándole acuse de recibo a la memoria del mismísimo Polanco. ¡Nos ha jodio!
Don Javier, nada más lejos de mi intención que provocarle un ataque de apoplejía con el nombrecito de marras. Le aseguro a Vd. que sólo se trataba de un chiste tonto -y por otra parte muy anecdótico- en el post. No se turbe, para próximas ocasiones procuraré escribirlo "alla rustica": Chaicosqui o su derivado Chaicogsqui. Espero que cuente con el beneplácito de las múltiples y varias Reales Academias de las Lenguas y de Usía. Atentamente,
Yo también espero que no se turbe más, don Javier.
Un saludo.
Está bien, no me turbo más, ni siquiera indigno me he. No Freia, no preocuparse debe, no turbareme, aunque sabido es que a más turbación menos crispación.
Amiga Freia, un precioso post, de recuerdos que llevan al presente. Es digno de figurar en le blog de "El abuelo Cebolleta" que Vd. tiene reseñado. ¿Por qué no se anima? La invito a escribir en la susodicha bitácora, y haga Vd. el favor no nos turbe a D. Bolche, que se nos pone agrio.
Salud y República
Siento no haber podido contestar antes. A veces las cosas se complican.
rgalmazán
Gracias por tu invitación. La verdad es que cuando abrí el blog no tenía intención de escribir cosas así; supongo que cada uno espanta sus fantasmas como puede y, a nuestro pesar, acaban volviendo.
Me marcho de vacaciones el jueves pero, a la vuelta, será un placer incorporarme a vuestra bitácora. Un abrazo,
jgcenteno
Para que te voy a engañar. Me habría gustado que el post te hubiese inspirado otro tipo de comentario. Por otro lado, creo que te equivocas: en este caso los tiros no van por ahí y, aunque parezca mentira, esta vez Polanco ni tiene la culpa ni nada que ver. Pero el asunto tiene tan poca importancia que mejor rematarlo, ¿no? De todas formas quedo a tu disposición para una distendida y nada turbadora charla filológica, si es menester. Un abrazo
¡Caramba, doña Freia, se va usted de vacaciones cuando los ricos, pasado agosto! Que lo disfrute.
Muchas gracias don Antonio...y ¡además a la Costa Brava! De todas formas, el jueves colgaré un post del blog con el lugar exacto y la despedida. Más que nada para dar envidia
Doña Feia, frecuenta Usted amistades nada recomendables. Son todos rojos irritables, como mi cólon.
Los de Bosnia son bosnios (lo dice mi guía de Yugoslavia, ilustrada con la foto del camarada Tito), y el idioma es Serbo - Croata, si se escribe en caracteres cirílicos, y croata - serbio si los caracteres son latinos.
Ja,ja,ja...gracchus, me ha gustado lo del colon.
Si lo único que le pasa al Bolche es que está mayor y se quedó anclado en tiempos pretéritos. Se pasa el día renegando de Franco pero luego, mira: con él vivía lingüísticamente mejor. (De ésta, fijo, fijo que me excomulga).
Un abrazo
No es exactamente una excomunión en lo que estoy pensando. Voy a estar varios días escuchando exclusivamente música de Bruckner para motivarme, pero mi venganza, amén de cruel, va a ser inolvidable.
Me ha gustado mucho una frase que has dicho
<< Dejaré, por el momento, aparte las bolas de cristal: la mayoría de las que se venden hoy contiene ridículas laminitas fosforescentes que han sustituido a las feroces ventiscas de las de hace 30 ó 40 años (ya no nieva como antes en las bolas de nieve>>
Te la tomo prestada para hacer de ella una imagen http://vegatripy.tumblr.com/post/8725713057
Gracias. :)
Sin problemas, vegatripy.
Bienvenido y un saludo. Cotillea todo lo que quieras
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