Cuando era pequeña había una habitación en casa a la que mi padre, pomposa y orgullosamente, llamaba discoteca. No éramos ni fuimos nunca económicamente desahogados y mi padre no era, ni mucho menos, un gran entendido en música; ni siquiera conocía a Bruckner aunque a mí, con tan poca edad, me parecía el padre que más sabía de música del mundo. Había ido comprando y atesorando discos desde que era soltero y una de sus grandes ilusiones al casarse era tener un sitio donde ponerlos y escucharlos. Conservo recuerdos parciales y a veces borrosos; supongo que me acuerdo más por descripciones posteriores de mis padres o mi hermana que por mi misma, pero sí que guardo por aquella pieza y por lo que en ella se escuchaba un afecto muy especial, quizá también porque sólo tenía unos 6 años.
La discoteca era de medianas dimensiones y luminosa. Recuerdo que había un mueble enorme para guardar los discos, un tresillo de terciopelo (o algo parecido) granate, una alfombra en el centro de la habitación, una gramola y un tocadiscos automático y estéreo, modernísimo para la época. Había también un espantoso cuadro de Santa Cecilia tocando el clave que a mí, por aquel entonces, me parecía precioso y un enorme, tremebundo y verdísimo busto de Beethoven que me causaba auténtico horror.
Mi padre había conseguido reunir unos 800 discos de música clásica, de vinilo, gordos, de aquellos de 72 revoluciones por minuto y, para evitarles el polvo, les había hecho a cada uno una funda de papel beige (el mismo con el que forrábamos los libros del cole cada mes de octubre), en la que escribía a mano, pacientemente, la ficha técnica de cada LP.
Cuando conseguí vencer el pánico que me causaba el careto de Herr Ludwig, le cogí el gustillo a visitar aquella habitación. Me gustaba ir allí porque el sofá era muy, pero que muy cómodo y me echaba unas siestas que temblaba el misterio, para qué vamos a engañarnos. Supongo que empecé a escuchar música clásica sin tener la menor intención de ello y sin prestarle excesiva atención todo hay que decirlo, pero en aquel sitio se estaba francamente bien. Por aquel entonces yo hablaba menos que un cartujo y era introvertida hasta la exageración (mi madre siempre opinó que podía haberme quedado así toda la vida); a mi padre por tanto no le molestaba en exceso que yo rondara por la habitación, habida cuenta de mi afición desmedida a caer en los brazos de Morfeo en cuanto sonaba el primer movimiento de algo.
No es casual que me prive casi todo lo alemán. Estoy convencida de que en mi caso funcionó la hipnopedia (palabreja que viene a significar aprendizaje durante el sueño) y mi progenitor me transmitió sus gustos musicales mientras yo roncaba (¿las niñas roncan?) plácidamente en el tresillo. Claro que también puede contribuir a ello el que él se educó en el Colegio Alemán de Madrid (antes de que lo cerraran en 1936 por motivos obvios), que era filogermánico hasta la médula y que nos educó "a la prusiana". Va a ser eso... , eso y un complejo de Electra nunca superado (ni ganas).
Lo que sí que recuerdo con una nitidez asombrosa es el día en que la discoteca desapareció. Yo tenía 7 años y medio y mi hermano, unos 5. El Imbécil (te adoro Manolito Gafotas) contaba pues ya con una edad en la que no estaba bien visto que compartiera cuarto con sus hermanas mayores (al menos en aquella época), así que había que habilitarle al angelito un sitio donde dormir.
Primero vinieron a llevarse los muebles y la gramola. El tocadiscos se salvó y durante años anduvo por casa. También se libraron de la quema el inefable busto (¿querréis creer que hasta le cogí cariño?) y la Santa Cecilia, que sobrevivió a su dueño. Al cabo de unos días llegó un señor con una furgoneta de esas como la que tenía el Plácido de Berlanga. Empezaron a bajar los discos; yo misma ayudé a cargar unos cuantos y montarlos en la furgoneta. ¿Por qué hubo que venderlos? Imagino que por cuestión de espacio y sobre todo porque habría que comprar muebles para la habitación del mastuerzo. Mi padre sólo pudo conservar unos cuantos que aguantaron hasta que el tocadiscos cascó y llegaron los primeros cassettes. Nunca podré olvidar su cara cuando la furgoneta se fue: era la misma cara de infinita tristeza que sólo reapareció, casi treinta años después, cuando se dio cuenta de que se estaba muriendo.
11 comentarios:
Como la habitación. Quizás empezó a morirse entonces. ¿Y tú?
Quizá empecé a morirme cuando murió él.
Hablando de música, ¿hay algún concierto en Madrid o alrededores en la semana que entra? Vamos a disponer de toda la semana Blanca y yo (algo tremendamente excepcinal) y nos gustaría darnos el lujo.
Muchos besos.
Mala semana. Han terminado ciclos de fiestas y universidades de verano y aún no han empezado los de otoño. Caja Madrid, El Real, El Auditorio y el Teatro de la Zarzuela están de vacaciones.
(no sé usar el html así que tampoco sé crear enlaces; tendrás que copiar y pegar, lo siento)
El 24/08/07 y 25/08/07 tenéis 2 conciertos en El Escorial. Échale un vistazo a:
www.sanlorenzoturismo.org/agenda/calendar.asp?date=&caltype=
En Madrid no hay conciertos en sentido estricto, pero sí ballet, zarzuela y música ritual china.
Mira:
www.esmadrid.com/veranosdelavilla/programacion.do
Sólo tienes que localizar el día en el calendario. Para el ballet Coppélia de Víctor Ullate, puedes ver además la página:
www.gruposmedia.com/granvia/granvia.html
Tenéis flamenco en Segovia el 24/08:
www.infosegovia.com/agenda/agendatipo.asp?id=1
De música no hay mucho, la verdad. Si tenéis tiempo de pasar el día fuera, hay un par de cosillas interesantes.
Están restaurando la fachada de la iglesia de San Pablo de Valladolid y las vidrieras de la catedral de León. en los dos sitios han instalado plataformas móviles para ver de cerca fachada y vidrieras, pero también para ver trabajar a los restauradores. Por si os interesa:
recorridos.cajamadrid.com.edgesuite.net/recorridos/mapa/recorridos/pablo/index.htm
catedraldeleon.org/proyectocultural/home.htm
También tenéis Patinir en el Prado (hasta las 8) y Van Gogh y Estes en el Thyssen (hasta las 11 de la noche, aunque imagino que ya las habéis visto.
Besos,
Impresionante. Muchas gracias, hermosa.
Desde luego, está muy bien que publiques estas cosas en la Red. Pero creo que muchos de estos recuerdos tuyos, y que tan bien describes, deberías pasarlos al papel... en forma de libro.
Manuel, lo que pasa es que tú me miras con buenos ojos.
Te doy algunas razones por las que dudo que fuera posible, de menor a mayor importancia
En primer lugar, a nadie le interesaría un libro así, si el que lo escribe no es famoso, ni famosillo, ni famosete.
En segundo lugar, soy la persona más vaga que puedas encontrarte en toda la blogosfera.
Ya me gustaría a mi poder escribir algo publicable. De pequeña ganaba los concursos de redacción del cole, pero parece que no he avanzado mucho. No sé sintetizar y me pierdo en jardines continuamente.
Antes debería escribir la tesis o algo sobre El Bosco. Pero llevo años mareando la perdiz: antes porque trabajaba y no tenía tiempo; ahora, porque ya no trabajo y es que no paro. Claro que antes de escribir algo, hay que estudiarlo e investigarlo primero... y cada vez me da más pereza.
El que yo demuestre incapacidad manifiesta para ciertas cosas, no le resta un ápice de valor a tu comentario. Gracias, de verdad.
Amiga Freia; ¿te podrás creer que he casi palpado esa tristeza de tu padre viendo alejarse lo atesorado pacientemente y con ilusión durante años?.
Desde luego que el gusto se educa; y está claro donde está el origen de tu buen gusto.
Me ha dejado un suave nudo en el estómago esta historia.
Saludos cordiales.
Pues ni te cuento, Dardo, lo que yo lloré al recordarlo, mientras escribía el post.
Reivindico el complejo de Electra.
Un abrazo,
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